lunes, 23 de mayo de 2016

Crítica: El hilo rojo (2016) Dir. Daniela Goggi

El hilo roto

Desafortunadamente El hilo rojoserá más recordada por el amorío real de los dos actores protagonistas — relacionado con el periodismo del corazón — que por lo estrictamente cinematográfico que pueda ofrecer el film. La directora Daniela Goggi tenía el poder de hacer caso omiso a todo el revuelo publicitario que pudiera opacar la potencial evolución profesional de su segundo largometraje y hacerlo brillar por sus propios medios, pero se sabe que a mayor notoriedad en los medios (sin importar la buena o mala prensa), mayor la venta de entradas. Y es que ya no importa la cantidad de veces que haya aclarado en conferencia de prensa que su película trata sobre el amor, las infidelidades o la culpa, ahora el morbo pasa por ver a Benjamín Vicuña y a Eugenia Suárez finalmente como pareja en pantalla.
Teniendo esta suposición bien presente es que podemos hablar de El hilo rojocomo una obra casi publicitaria, digna del comercial de una tarjeta de crédito, desde la grosera locación de marcas y escenarios de postal hasta la frívola impronta con la que se intenta representar el enamoramiento de dos personas.
Vicuña y “la china” Suárez son Manuel y Abril, dos desconocidos que por casualidad coinciden en un aeropuerto e inevitablemente reciben el flechazo del amor a primera vista. Él es un experto en vinos, algo tímido pero decidido. Ella una joven y bella azafata con ganas de llevarse el mundo por delante. La atracción de ambos es evidente, lo que hace que las sonrisas y miradas cómplices que comparten durante ese corto tiempo de pre-embarque sean la antesala de un apasionado beso durante el vuelo. Ya en tierra arreglan volver a verse, pero lamentablemente un confuso incidente en migraciones (magistralmente no explicado) hace que se separen y que cada uno continúe con su vida.
Las vueltas de la vida hacen que se vuelvan a encontrar siete años más tarde en la paradisíaca ciudad colombiana de Cartagena, aunque la situación ya no es la misma: Ambos están en pareja, con hijos y más responsabilidades que cuando se cruzaron por primera vez. Sin embargo esto no les impide volver a seducirse el uno al otro y terminar consumando por fin la relación que había quedado trunca en el pasado. Ahora el dilema de Manuel y Abril será elegir entre regresar con sus familias y olvidar esta fugaz pero intensa aventura, o hacer frente a la culpa y concretar lo que podría ser en esencia el amor verdadero.
El argumento dice basarse principalmente en la milenaria leyenda oriental delhilo rojo (de ahí el título), la cual sostiene que dos almas gemelas estarán por siempre destinadas a estar juntas sin importar los obstáculos ni dificultades que se crucen en el camino. Una determinación que nunca llega a ser del todo puesta en práctica porque el supuesto amor sincero que se intenta exponer jamás deja de ser una simple atracción física. En ningún momento existe un conocimiento mutuo por parte de los personajes que no sea el del contacto sexual. Es más, con suerte saben cómo se llama cada uno y que a ambos les gusta Amy Winehouse (pieza fundamental de la musicalización cada vez que Vicuña y Suárez comparten escena).
Esta desidia se traslada también a la manera en que los protagonistas se relacionan con sus respectivas parejas (el español Hugo Silva y Guillermina Valdés), simples espectadores de un conflicto en donde no tienen la más mínima injerencia. Pocas situaciones nos hacen saber de qué manera reaccionan frente a la infidelidad los verdaderos perjudicados en este asunto. Nos queda la espina de tener una mirada más extensa de estos dos personajes, que claramente podrían haber enriquecido una narrativa enfocada en dos amantes con muy poco en común.
Es así que ni la utilización de productos Apple, los trasbordos por Aerolíneas Argentinas o la hermosa oferta turística colombiana hacen que podamos empatizar con una historia vacía de contenido y fundamento. De más está decir que esto significa un retroceso para Daniela Goggi al pasar de trabajar las relaciones desde una óptica sensible en Abzurdah (2015) a encarar la pasión de una manera que redunda en lo superficial, como también en lo actoral para Benjamín Vicuña (de buen desempeño en La memoria del agua,2015) y Eugenia Suárez (prometedor debut con Goggi en Abzurdah), una actriz que posee un magnetismo con la cámara digno de ser mejor aprovechado.
El problema de El hilo rojo no radica solamente en que no aporta nada nuevo, sino en que lo que intenta contar no resulta interesante en la forma que es representado. Amores, desencuentros e infidelidades hay por montones en el cine y la ficción, y es por eso que la clave está en la forma en que se manifiesta en escena, junto a las distintas perspectivas que conformen el argumento. De esta manera la película sería mejor vista como un proyecto original, con errores y aciertos, antes que ser recordada únicamente por las circunstancias faranduleras que la rodean.

Reseña publicada originalmente el 20 de Mayo de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar

sábado, 14 de mayo de 2016

Crítica: Caída del cielo (2016) Dir. Néstor Sánchez Sotelo

Amor sin riesgos


Indudablemente la comedia romántica es un género en sí mismo con sus ya clásicos lugares comunes a cuestas. Todos sabemos que los opuestos se atraen, una afirmación que acaso se podría trasladar al mundo real, pero que dentro de la ficción decidimos tomar como cierta para seguirle el juego, a pesar de que nos conozcamos de memoria el categórico “y vivieron felices para siempre” de la gran mayoría de films con desencuentros amorosos. Por eso, no es necesario indagar demasiado para darse cuenta que el fuerte de una historia de amor no se encuentra en el suspenso, sino en la forma en que sus personajes se dirigen hacia su final feliz.

En este caso, “Caída del cielo” no tiene reparos en seguir este ya tan remanido esquema de amores predestinados y personajes adorablemente torpes al servicio del humor. Es más, la nueva película de Néstor Sánchez Sotelo (“Testigos Ocultos”, “Los Nadies”) reproduce sin culpa cada uno de los conocidos recursos del género porque apunta principalmente a hacerse valer por la química de los dos actores principales, que si bien existe y funciona muy bien, no alcanza para distinguirse como una propuesta llamativa dentro de la ola de estrenos argentinos.

La historia se plantea sencilla y sin muchas vueltas: Alejandro (Peto Menahem) es un solitario sonidista atrapado en una cotidiana melancolía. Le gusta tocar la batería para descargarse de su trabajo como asistente de sonido en una obra de teatro, cuya particularidad es que transcurre completamente en silencio (interesante dualidad entre ruido y calma para con sus estados de ánimo), pero más allá de eso no hay mucho más que lo motive ampliar sus intereses. Sin embargo la pasividad se rompe en el momento en que Julia (Muriel Santa Ana), una mujer entrañablemente neurótica y fanática de Spiderman, se cae literalmente de arriba (del departamento de arriba) en el patio de Alejandro y decide vivir con él unos días hasta que se recupere del accidente. De esta manera, lo que en un principio comienza siendo un conflicto permanente a raíz de las fobias compartidas por ambos protagonistas terminará desencadenando un romance capaz de mejorar, aunque sea un poco, sus monótonas vidas.

Con una premisa más que conocida — chico conoce chica totalmente distinta pero potencialmente complementaria que lo ayudará a considerarse a sí mismo como una mejor persona — son Peto Menahem y Muriel Santa Ana los encargados de hacer que se destaquen los diálogos cruzados para que la química en escena realmente se desarrolle. Difícilmente sin la experiencia humorística de ellos dos (Menahem desde el monólogo y Santa Ana desde el histrionismo) la película podría haber salido a flote. Y mucho menos sin arriesgar más que lo necesario a la hora de tratar más a fondo temáticas como la soledad o la depresión.

De todas formas, estos son sólo simples reproches para con una película que inevitablemente cae simpática, sin importar las falencias que pueda tener.Porque probablemente la única crítica real que se le pueda hacer al film sea la inclusión de líneas como “soy mujer y tengo miedo, las mujeres tenemos miedo” o “viste como son las mujeres”, que no hacen más que reafirmar una mirada sexista en tiempos en donde los roles de género son discutidos en todos los ámbitos. A veces hilar demasiado fino como público sirve para evitar que estos estereotipos continúen.

“Caída del cielo” se presenta como una comedia prolija sin muchas pretensiones, aunque disfrutable y querible cuando nos encariñamos con los personajes y sus ocurrencias. Es en esa situación que olvidamos por un rato que la historia está planteada a partir de una inocente falacia y nos damos cuenta que nada viene de arriba. Que todo es por algo. Incluso el amor de dos neuróticos.




Reseña publicada originalmente el 12 de Mayo de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar