jueves, 24 de noviembre de 2016

Crítica: Doctor Strange: Hechicero Supremo (2016) Dir. Scott Derrickson

Con el carisma ante todo


Hablar de Marvel en el cine casi siempre se reduce a hablar de fases y universos expandidos. Pero si bien justamente ese es el aspecto que más se incita a analizar, me parece mucho más acertado ver sus obras como parte de una antología. Muchas historias — inevitablemente unidas entre sí — que dan cuenta de la reinterpretación de distintos personajes bajo la mirada de un contexto actual globalizado, regido por la instantaneidad de las nuevas tecnologías y el mandato del mercado internacional.

Por fuera de la discusión sobre la fidelidad de la historieta, Doctor Strange es la continuación de la sólida hegemonía Marvel dentro de las adaptaciones comiqueras, a base de mantener la fórmula que los posicionó en lo más alto: Personajes carismáticos, grandilocuencia visual y un mínimo hilo conductor que pueda asegurar la calidad de exportación. Sin embargo, esta fórmula se encuentra lejos de estar estancada cuando Kevin Feige y compañía saben precisamente qué componentes tocar para que siga pareciendo tan fresca como siempre, incluso con una estructura genérica: La revelación de un poder oculto, la redención del héroe y un villano con sus motivaciones de vida eterna, clásicas de cualquier film de superhéroes.

Es por eso que la clave del hechicero supremo está en los detalles.

La historia de cómo Stephen Strange, un cirujano renombrado por su talento y arrogancia, se sobrepone a un accidente automovilístico que le inutiliza las manos y termina superando sus limitaciones físicas a partir de la fortaleza espiritual, no podría haber brillado si no fuera la incorporación de un elenco notable. La participación de actores de corte más dramático, hasta con experiencia en teatro clásico, como Benedict Cumberbatch, Tilda Swinton o Chiwetel Ejiofor hacen que suene increíble que una película de superhéroes pueda ser sustentada por ellos tres desde un aspecto más terrenal como la interpretación y los diálogos por sobre los efectos especiales. No me malinterpreten, el CGI sigue siendo una parte fundamental de la experiencia esotérica que significa este mundo de magia y portales místicos, y lógicamente se roba el protagonismo durante los momentos de acción ingrávida al mejor estilo Inception (2010). Pero pasando por alto que los impresionantes escenarios cósmicos lleguen a opacar en gran medida el interesante mensaje de auto superación que recorre el film, las sensaciones finales se hacen mucho más valiosas cuando no todo se reduce a explosiones y trompadas.



El Doctor Strange personificado por Cumberbatch toma mucho de la entrañable impronta soberbia de su otro gran rol en la serie Sherlock, y esto lo posiciona como un superhéroe más astuto y precavido que sus compañeros de editorial. Aun comparándolo con el Iron Man de Robert Downey Jr. Strange sale ganando a la hora resolver disputas de la manera más inteligente cuando tiene todas las de perder. Esto también se justifica en la naturaleza reflexiva de su compañero Mordo (Ejiofor) y su mentora, la Ancestral (personificada por Tilda Swinton).

Siendo un gran acierto para este tipo de papeles comúnmente interpretados por hombres, el caso de la inclusión de Swinton en esta producción no deja de ser curiosa. Originalmente, el personaje del Ancestral era retratado en la historieta como un anciano maestro originario de Nepal con rasgos tradicionalmente orientales. Lo que generó semejante cambio (de género y de color de piel) se traslada a la injerencia que tiene el mercado chino para la industria cinematográfica hollywoodense en la venta de entradas y la delicada situación política-territorial que existe entre el gigante asiático y el gobierno nepalés. No obstante, a pesar de que la actriz británica le otorga un encanto distinto a un personaje siempre atravesado por los estereotipos, este tipo de modificaciones dan cuenta de otro tipo de occidentalizaciones que ostenta Marvel en sus producciones por fuera de las cuestiones comerciales.

El mejor ejemplo se ve en una de las escenas más conocidas, repetidas en los trailers y aplaudidas en todas sus funciones: El aguerrido Mordo le entrega un papel al inexperto protagonista con la enigmática palabra Shamballa escrita en él. Confundido, Strange le pregunta si ese sería su mantra y termina aún más sorprendido cuando le responden “Es la clave del Wifi. No somos salvajes”.

Más allá de las risas y la complicidad del guion con el público naturalizado con el internet, queda implícita que la noción de salvajes que se tiene por estos lados es justamente la que el universo de Doctor Strange intenta defender a partir de las enseñanzas espirituales ajenas a las nuevas tecnologías. Este prejuicio no deja de ser una curiosidad cuando la mayor parte de la población mundial nunca realizó una llamada telefónica.



Marvel siempre será Marvel con su visión occidental del mundo. Especialmente si toda la película se basa en la cultura oriental y los principales santuarios místicos mencionados en el film se encuentran en Nueva York y Londres (?). Sin embargo, estos detalles culturales no dejan de ser comunes en cualquier estreno proveniente del país del norte, así que difícilmente se pueda condenar a la película en su totalidad sólo por ser parte de una industria prejuiciosa por principio.

En palabras generales, Doctor strange deja un poco de lado esa impronta juvenil del remate efectivo y la explosión fácil que tanto caracteriza a la editorial norteamericana. Y lo bien que hace. El fundamento espiritual que hay detrás de los poderes y las rivalidades es una grata sorpresa dentro de un género, que al menos desde la vereda de enfrente, viene en piloto automático. Todo esto, sumado a la acertada elección de Benedict Cumberbatch para reinterpretar a un personaje icónico, es lo que definitivamente hace del film lo mejor que haya sacado la casa de las ideas hasta ahora.

“No vencemos nuestros demonios. Sólo los dejamos atrás”, explica La Ancestral con sabiduría para referirse a la mejor manera de superar los miedos. Los villanos siempre vuelven. Una metáfora perfecta para asegurar que Marvel ya debe estar pensando en la secuela.




Crítica publicada originalmente el 24 de Noviembre de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar

lunes, 21 de noviembre de 2016

Análisis: Rick and Morty (2013) – Existencialismo y ciencia ficción


La animación siempre tuvo el estigma de ser considerada un medio de ficción poco serio. Parece mentira que sigamos discutiendo esta problemática en pleno siglo XXI, con la presencia cotidiana de series y películas de dibujos animados con temáticas adultas y comentarios sociales mucho más despiadados que sus equivalentes live-action. Sin embargo, el prejuicio aún persiste y el principal refugio de la llamada “Industria cultural” moderna sigue siendo clasificar sus productos en categorías de público, capaces de decidir quienes son los más indicados para ver determinado tipo de contenidos. Y esto también se ve en la forma en que se cataloga la animación.

Hace rato que la animación ya no es únicamente para chicos, y tenemos varios exponentes que siguen probando lo contrario: Desde Los Simpsons, con más de veinticinco años ininterrumpidos al aire, y su irreverente satirización de la política, la religión y la moral norteamericana, pasando por su legado más inmediato con Family Guy y American Dad como principales exponentes de parodia y humor absurdo, o las extremas representaciones gráficas de South Park y su visión sobre el racismo, la homofobia y el progresismo políticamente correcto, hasta la reinterpretación social futurista de Futurama y el desarrollo de la fragilidad emocional humana en Dr. Katz y Bojack HorsemanTodas han sabido exponer de distintas maneras ese espíritu crítico punzante para marcar una posición frente a las injusticias del mundo y la forma en que funciona la sociedad occidental. Pero lo que todas tienen en común es que no subestiman al espectador con sus temáticas e ironías.

Dentro de esta revolución del humor transgresor es que también se sitúa Cartoon Network, y su segmento Adult Swim como principal bastión de animación adulta en un canal caracterizado por emitir programas infantiles (y no tanto). Con una impronta bizarra y directa desde sus comienzos con el ya mítico programa de entrevistas Space Ghost Coast to Coast, Adult Swim y su productora Williams Street se convirtieron en el lugar de pertenencia de la animación experimental con títulos originales como Robot Chicken Aqua Teen Hunger Force, entre otros. Incluso su canal de Youtube hace gala de este estilo con joyas como esta.

Pero sorprendentemente es en medio de esta vorágine de personajes estrafalarios y chistes incoherentes que caracteriza al bloque, donde aparece una de las series de animación más profundas, complejas y elaboradas de los últimos tiempos: Rick and Morty.

Imaginemos la mejor combinación entre el debate social de Los Simpsons y la ciencia ficción dura de Futurama. El resultado sería el único programa que nos invita a cuestionar filosóficamente el modo en que vemos el universo y la vida humana, a la vez que nos hace reír con las horrorosas consecuencias de manipular las distintas realidades interdimensionales.

Bienvenidos al humor cósmico-pesimista de Rick and Morty.


Este análisis contiene SPOILERS.

Descubriendo el terror cósmico


Creada por Justin Rolland y Dan Harmond (Community), Rick and Morty narra las asombrosas aventuras interespaciales de Rick Sánchez, un científico loco y alcohólico, junto a su ingenuo nieto Morty. Una suerte de parodia de Volver al Futuro, sólo que en este caso en vez de viajar en el tiempo, sus surrealistas excursiones son hacia dimensiones paralelas y planetas inhóspitos.

Siguiendo una estructura antológica, cada aventura de Rick y Morty por el multiverso tiene grandes influencias del género del terror y la ciencia ficción. Algo que se traduce en los continuos homenajes a películas como A Nightmare on Elm Street (1984), Nosferatu (1922), Ghostbusters (1984) y The Fly (1986), por nombrar solo algunos. Hasta el característico ídolo rocoso del film Zardoz(1974) tiene una pequeña aparición durante la primera temporada. Sin embargo, al mismo tiempo que la serie homenajea a un gran número de obras del cine fantástico, es curioso darse cuenta que sus historias tienen una notable afinidad con el subgénero llamado “Terror cósmico”.

Originado mayormente por la leyenda del terror, H.P Lovecraft, el “Terror cósmico” hace hincapié en el horror que existe fuera de los límites de nuestro entendimiento. Al igual que Lovecraft, Rick and Morty utiliza el abrumador desconocimiento que tenemos del universo, como el lugar ideal para especular sobre los misterios que se esconden en los rincones más recónditos del espacio. Incluso durante la presentación del programa se puede ver brevemente a Cthulu, el monstruo ancestral lovecraftiano por naturaleza, como una manera de hacerse cargo de sus influencias literarias.

Sin embargo, el “Terror cósmico” va mucho más allá de los sobresaltos propios del terror clásico, sino que se presenta en la opresión de lo desconocido y lo inimaginable. Es esa espantosa experiencia de angustia y desesperación que sentimos frente a lo que nos es imposible de comprender, en el preciso momento que se interpone con nuestra concepción terrenal de lo posible.
En la serie, la pistola de portales de Rick es la herramienta con la que el dúo protagonista se traslada por los distintos planos dimensionales, pero también actúa como enlace para enfrentarnos constantemente con lo desconocido. Lo que genera que al mismo tiempo que Rick y Morty van moviéndose de una realidad a otra, muchas veces los resultados sean horrendos, algunas veces cómicos, y otras veces la retorcida combinación de ambos.



De vez en cuando, esas realidades incomprensibles se inmiscuyen en la nuestra generando conflicto, algo que se puede ver específicamente en el episodio “Get Schwifty” (02×05). En esta oportunidad, la Tierra es visitada por una cabeza gigante alienígena que causa el caos en nuestro ecosistema debido a su inmensa masa gravitacional, y con la única exigencia de que los terrestres “muestren lo que tienen”. Frente a este apocalipsis y la naturaleza confusa del pedido, surge un culto religioso dispuesto a adorar a esta entidad cósmica. Mientras que Rick – sabiendo que es un extraterrestre de la raza de los cromulones – le informa al presidente estadounidense que este enigmático mandato se refiere en realidad a la creación de una canción pop que nos permita competir en una versión interplanetaria de American Idol. O en su defecto, perder el concurso y que destruyan nuestro planeta.

Pasando por alto lo insólito del argumento, las gigantescas entidades cósmicas voladoras no son algo nuevo en el universo de la ciencia ficción. Ya de por si Lovecraft utilizaba esta idea todo el tiempo, al imaginar una raza de dioses ancestrales todopoderosos denominados “Los antiguos”, representados en libros como “La llamada de Cthulu” (1926) y “The Dunwich Horror” (1928). Existen varias preguntas que se nos plantean a partir de la aparición de estos seres de proporciones colosales en el “Terror cósmico”. La primera es: ¿Cuál es nuestra importancia en el universo?

La mayor parte de la ciencia ficción surge de nuestro convencimiento de que la raza humana es, metafóricamente hablando, el centro del universo. Sea luchando contra las amenazas intergalácticas o intentando lograr la paz con distintas civilizaciones alienígenas, la humanidad – o la representación de lo que consideramos la humanidad – toma el rol central en el desarrollo espacial. No obstante, el “Terror cósmico” invierte esa premisa y se pregunta ¿Y si fuéramos totalmente insignificantes para el universo?

Volviendo a los cromulanos y su fijación por los reality shows interplanetarios, para ellos la humanidad es únicamente un juguete más en su disparatada noción de entretenimiento. Y es por eso que destruir un planeta por no convencer al jurado es una de las tantas cosas que se pueden hacer contando con poder ilimitado. El “Terror cósmico” está plagado de estos seres capaces de demostrarnos que somos un granito de arena en el devenir del universo, y precisamente eso es lo que lo hace tan aterrador. O en el caso de Rick and Morty, increíblemente cómico desde la impronta del humor negro.


Esta total indiferencia del universo en cuanto a nuestra existencia se hace patente cuando vemos que Rick y Morty pueden morir desmembrados por un experimento fallido, solo para ser remplazados inmediatamente por una versión paralela de ellos sin que eso altere el orden universal. Es así que no somos solamente seres totalmente descartables en nuestra realidad, sino que nuestra realidad es una de las infinitas realidades posibles que existen en el universo. No existen razones para creer que nuestra desaparición física implique otra consecuencia que no sea la de continuar el ciclo vital del cosmos.

Rick and morty no pretende hacernos sentir horrorizados con nuestra manifiesta condición de insignificancia, sino que nos interpela a que la aceptemos y nos riamos de ella. Porque si bien somos pequeñas partículas en el devenir cósmico, a su vez somos potencialmente el máximo universo conocido de microbios mucho más insignificantes que nosotros.

De la misma forma que Tommy Lee Jones descubre en Men in Black II (2002)que su casillero es el hogar de una sociedad de extraterrestres diminutos, Morty descubre durante la serie que la batería del auto de Rick es alimentada por un micro-universo creado únicamente para generar la energía necesaria que arrancar el motor. Y a su vez, dentro de este universo, existe otro universo con el mismo propósito. Más allá de lo confuso de esta situación al mejor estilo Inception (2010)es inevitable pensar que para estos micro-universos, Rick es el equivalente a una de las deidades cósmicas todopoderosas salidas de la pluma de Lovecraft.

En un teórico multiverso que supera ampliamente nuestra comprensión, compuesto por infinitas posibilidades, la importancia de nuestra existencia carece totalmente el sentido, y todo lo que queda es la fría indiferencia del cosmos.

“¿Qué hay con la realidad en donde Hitler descubre la cura contra el cáncer?
La respuesta es: No pienses en eso.”
Rick Sánchez, “Rick Potion #9” (01×06)

El sentido de la vida según Rick


La naturaleza oscura de casi todos los capítulos de Rick and Morty se sostiene a partir de la incertidumbre sobre la razón de nuestra existencia. Por un lado está la insignificancia cósmica de nuestra raza como algo inalterable, y por el otro la frivolidad individualista de la vida humana. La serie nos presenta dos ejemplos radicalmente distintos de cómo encarar nuestra patética existencia a través de los personajes de Rick y Jerry:

Primero tenemos a Jerry (padre de Morty y yerno de Rick), quien aparentemente es inconsciente de la aplastante mediocridad e inutilidad de su vida. Jerry es un fracasado. Es desempleado, su esposa lo odia y no es precisamente el hombre mejor capacitado para poder cuidarse solo. Sin embargo, a simple vista podría decirse que es más feliz que el alcohólico y narcisista Rick, si nos damos cuenta que es lo suficientemente estúpido para ignorar que su vida es intrascendente. Su ignorancia es la razón de su efímera felicidad.

Rick, al contrario de Jerry, es consciente de la falta de sentido de nuestra existencia y lo acepta sin vueltas. Pero más allá de su insufrible sarcasmo y su actitud temeraria frente a las miserias de la vida, la sensibilidad de Rick se infiere a través del alcoholismo y su incomprensible latiguillo “wubba lubba dub dub”, el cual se revela que significa “Estoy sufriendo. Ayúdenme por favor”en algún idioma alienígena. Algo bastante oscuro y perturbador para lo que se podría esperar del remate de un chiste.


El racionalismo puro con el que parece funcionar el universo favorece el sentimiento de insignificancia de nuestras vidas. Nos deja en una paradoja: La ciencia nos facilita descubrir los secretos del universo a través de sus avances, pero nosotros como humanos debemos afrontar la arbitraria y desoladora idea de que vivimos sin ningún cometido.

La ciencia puede dar sentido a cualquier emoción o sentimiento a partir de la biología o la psicología, llegando a transformar la vida humana en poco más que leyes científicas puestas en orden. Incluso Rick llega a racionalizar su cariño con Morty basándose en la necesidad neurológica de mimetizar sus ondas cerebrales con las de su nieto idiota, y así evitar que sus enemigos lo encuentren. El amor, la felicidad y el intelecto pueden ser reducidos a meras reacciones químicas y Rick lo sabe.

Este reduccionismo aplicado a la vida también se puede ver cuando Morty se encuentra con un juego de realidad virtual llamado “Roy”, en el cual vive la vida de una persona normal, enamorándose, teniendo hijos, afrontando una lucha contra el cáncer, y finalmente muriendo en un accidente ya de viejo. Todo esto en menos de cinco minutos para su entorno, pero atravesando más de cincuenta años en la mente de Morty, quien llega a olvidarse por completo quien es y cómo llegó allí. Sin embargo, la pregunta que se nos formula a partir de esta experiencia tan conmovedora es: ¿Cuál es la diferencia entre la realidad ficcional de “Roy” y la vida real? ¿Qué diferencia existe entre la vida real y una simulación?



Rick and Morty juegan constantemente con esta dualidad entre lo virtual y la vida real. Si podemos adecuarnos a la idea de llevar una vida ficcional dentro de un videojuego, es porque en definitiva estamos poniendo en duda la autenticidad de nuestra realidad, al igual que Neo cuestiona la suya en The Matrix (1999). Esta crisis de sentido latente en nuestra historia es tomada por varios filósofos existencialistas. Pero particularmente nuestro querido (y bastardeado) amigo Friedrich Nietzsche es útil para explicar esto.

Nietzsche parte de la metáfora del loco que corre por el pueblo gritando “Dios ha muerto, y nosotros lo hemos matado”. Ahora bien, lo que Nietzche intentaba decir era que luego del iluminismo y la revolución científica, el ente todopoderoso que daba valor y significado a nuestra existencia ya no es importante. Después de la muerte de dios en la filosofía, sólo queda el nihilismo. El vacío de sentido.

Este conflicto emocional sobre la naturaleza intrascendente de la vida es lo que termina definiendo a Rick Sánchez. Rick es esencialmente empírico y utiliza la ciencia como forma de desmitificar todo lo desconocido, encarnando involuntariamente la tensión entre el nihilismo activo y pasivo.

El nihilismo pasivo, volviendo a Nietzche, se resume en la resignación de aceptar la falta total de sentido en la vida. Mientras que el nihilismo activo se trata del inconformismo ante esta falta de sentido, para crear nuevos sentidos con los que se pueda dotar a nuestra existencia. Esta dicotomía constante hace que Rick pase de un extremo al otro, asumiendo la fatalidad del universo sin culpas y disfrutando lo que más pueda su supervivencia, para luego caer en la más profunda de las depresiones al darse cuenta que nada de lo que haga cambia su destino.

Por momentos las acciones de Rick parecen ser paradójicas y autodestructivas, probablemente porque él también, al igual que nosotros, continúa buscándole un sentido al universo.


La moral absurda


En muchos casos, las terribles decisiones de Rick y Morty en sus travesías espaciales no apuntan siempre a la intrascendencia en el cosmos, sino que llegan a cuestionar directamente nuestra propia noción de moral. En la serie, la fina línea que divide lo correcto de lo abominablemente atroz siempre está en juego, y esto se ve claramente en la manera en que Morty siempre intenta hacer el bien y el mismo argumento termina contradiciendo sus buenas intenciones.

Uno de los ejemplos más cómicamente gráficos de esta moralidad dudosa, sucede después de que Morty y su hermana Summer liberen a una raza esclavizada por una colmena mental (una mente en común capaz de dominar a todos). Pero lo que inicialmente parece un gesto benévolo por parte de los protagonistas, desencadena en una guerra civil en nombre de las diferentes formas de pezones de cada habitante de ese planeta (hermosa metáfora del racismo). Resulta ser que en libertad, esta raza estaba compuesta naturalmente por racistas, depravados y drogadictos, mientras que cuando estaban sometidos mentalmente el planeta funcionaba perfectamente en paz. Frente a estas nefastas consecuencias es que Summer reflexiona: “No sabía que la libertad significara que la gente pudiera hacer cosas horribles”.

Esto da pie a otra gran pregunta existencial: ¿Qué sería de la vida sin ningún tipo de restricciones?

Si nosotros como público lógicamente nos horrorizamos frente a la forma en la que estos seres son esclavizados, el programa nos hace pensar por un momento que nuestra idealización de la libertad es lo que nos obliga a vivir en un mundo tan cruel e injusto. La razón instrumental nos determina.


Otra forma de entender la mirada existencialista de Rick and Morty, es a través del pensamiento filosófico conocido como Absurdismo, acuñado por el escritor francés Albert Camus. Precisamente en el capítulo “Meeseeks and Destroy” – la referencia a Metallica no puede pasar desapercibida – en cual unos seres azules llamados Meeseeks basan su existencia únicamente en solucionar los problemas ajenos. Pero ¿qué tiene que ver esto con Camus?

El absurdismo consiste en dos actitudes opuestas: La tendencia humana a encontrarle sentido a su existencia, y la completa indiferencia del universo con respecto a nuestro etnocentrismo espacial. Al igual que en el “Terror cósmico”, acá lo que se discute es la necesidad humana de sentirse la raza más importante del cosmos.

En este episodio, vemos representado completamente lo contrario al intentar explicar la existencia de los Meeseeks: Ellos existen con la única razón de satisfacer a otro. Y si esto no llegara a suceder, estos seres no tendrían otra razón para seguir existiendo. De la misma forma podríamos nosotros cuestionar cual es nuestra utilidad en el universo, y eso es lo que sucede cuando decenas de estos hombrecillos se ven incapaces de enseñarle a Jerry a jugar al golf.

Otros personajes de la serie prefieren confrontar a su creador por el simple hecho de haberles dado la vida, en vez de buscarle sentido a su presencia en el universo. Sea desde una cuestión religiosa perdiendo la fe en dios o insultando a Rick por haberlos creado, este “complejo de Frankenstein” no se ve solamente en los Meeseeks, sino también en Abradolf Lincler, un insólito experimento de Rick con el objetivo de crear al líder perfecto combinando el ADN de Abraham Lincoln y Adolf Hitler. No hay que ser muy intuitivo para imaginarse como pudo terminar esa locura.


Para Camus, los seres humanos estamos condenados a buscar inútilmente un propósito para nuestra existencia, dejándonos como única alternativa abrazar la idea de una vida sin sentido y aceptar el vacío del absurdo sin más.

Esto significa que después de tantas preguntas existenciales sobre lo intrascendente de nuestra presencia en la inmensidad del cosmos, Jerry es el único capaz de sobrellevar (aunque sea de forma inconsciente) la idea de que nuestro destino ya está sellado. Lovecraft, Nietzsche y Camus lo avalan.

“Nadie existe por un motivo, nadie pertenece a ningún lugar, todos vamos a morir. Ven a ver la televisión”
Morty Smith. “Rixty Minutes” (01×08)

Existencialismo y ciencia ficción


Rick and Morty es una de las tantas razones para seguir batallando el prejuicio de la animación como medio poco idóneo para contar historias profundas y complejas. Ni siquiera la poca cantidad de episodios, las exigencias del prime-time y sus difíciles horarios de emisión por la madrugada evitan que la serie pierda su genialidad frente a cualquier otra serie adulta con sátira social y humor desvergonzado.

Pocos programas pueden darse el lujo de marcar un estilo propio, al mismo tiempo que exploran los confines filosóficos del espacio sin subestimar al espectador. Justin Rolland y Dan Harmond no dudan en hacerse cargo de sus influencias y homenajean al cine de ciencia ficción y el terror fantástico dentro de un un universo vivo, lleno de personajes carismáticos y cuestiones existenciales y morales que se prestan a la reflexión y la risa por igual. La búsqueda de sentido, la noción idealizada de libertad y el horror frente a lo desconocido, comparten lugar con las groserías y la comedia absurda sin que eso le quite ni un poco de seriedad a su propuesta.

Rick and Morty regresan con su tercera temporada a fines de este año y todavía no hay indicios sobre el rumbo que tomará la historia, después de la encarcelación de Rick y sus consecuencias en el planeta Tierra. Será que este científico alcohólico y desconsiderado hará por fin algo por el bien común del universo, o todas sus acciones seguirán siendo parte de su egocentrismo patológico. Tendremos que esperar un poco más para saberlo.




Artículo publicado originalmente el 17 de Noviembre de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar

miércoles, 12 de octubre de 2016

Crítica: Armonías del Caos (2016) Dir. Mauro López

Silencio compartido


La radio prendida con la fritura de los informativos de la AM, los manteles individuales tejidos debajo de los adornos añejos, la pava y el mate estacionados en la mesa de la cocina que se superponen a la botella de licor abierta. Una escena casi detenida en el tiempo que se desarrolla en una de esas casas olvidadas por la inmensidad de Buenos Aires. De este tipo de instantáneas impasibles, pero recargadas de tensión latente, es que se compone Armonías del caos para insinuar los conflictos que quedan fuera de plano.

Con pocos elementos visuales y un elenco reducido, liderado por el veterano Lorenzo Quinteros, el debutante director Mauro López se vale del filtro en blanco y negro y los planos secuencia para lograr una atmósfera a la vez cotidiana y opresiva, capaz de reflejar las decisiones morales que los personajes se debaten a lo largo del film.

De forma escalonada, la historia es narrada a lo largo de un día en la vida de una pequeña familia de clase media-baja. Durante la primera mitad del film el eje central se sitúa en Alberto (Quinteros), un parco jubilado que vive junto a su hijo Fernando (Carlos Echavarría) y su nuera (María Laura Belmonte), y en el carácter dominante basado en insultos y actitudes agresivas que este ejerce sobre su núcleo familiar. Algo que se condice con la dificultad que posee para relacionarse con el mundo exterior, y que se ve representado a través de su alcoholismo y fetichismos. Sin embargo, la irrupción fallida de un ladrón en la casa será un quiebre fundamental en la tormentosa relación de padre e hijo, mientras deciden qué hacer con el delincuente que lograron reducir.

Las consecuencias de este incidente bisagra en el argumento dan pie a diversas reflexiones sobre la ética, la religión y hasta de la naturaleza instintiva del ser humano en su concepción del bien y el mal (especialmente durante las intervenciones de Sergio Pangaro como una suerte de deus ex machina del universo mafioso). Aquí es donde el buen despliegue actoral y la profundidad de los diálogos (y oportunos silencios) terminan replanteando una polémica impensada en cuanto a la justicia por mano propia y las distintas realidades sociales que pueden llevar a la delincuencia.

Mauro López juega con la carga simbólica de determinados planos y dualidades en escena que van más allá del mero manifiesto ideológico, sino que además brindan una libertad interpretativa aún mayor de lo que se puede apreciar a simple vista. De esta manera Armonías del caos se define mejor desde la sencillez con la que deja entrever que varias preguntas del argumento carecen de una respuesta clara, precisamente porque es intencional que dependa del público darles una solución. El debate está servido.





Crítica publicada originalmente el 8 de Octubre de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar

sábado, 1 de octubre de 2016

Crítica: Por siempre amigos (2016) Dir. Ira Sachs

La amistad por sobre el resto


“Lo difícil de entender cuando eres niño es que tus padres son personas también. Cometen los mismos errores y tratan de hacer lo que creen que es correcto”, le confiesa Brian (en la piel de un excelenteGreg Kinnear) a su hijo Jake, intentando explicar que nadie es perfecto, que él mismo puede ser víctima de las mismas inseguridades que sufre cualquier persona, sin importar la edad. Este diálogo tan duro como necesario se traduce en lo que a todo hijo le cuesta reconocer durante gran parte de su vida: Toda experiencia significa un aprendizaje.

Tal como en su último film Love is Strange (2014), el director Ira Sachs y su co-guionista Mauricio Zacharias realizan una especie de continuidad poética a la hora de retratar la esencia efímera y conflictiva de las relaciones humanas, enmarcadas en la cotidianeidad cosmopolita de la ciudad de Nueva York.

Pero sea a partir de la difícil separación de una pareja del mismo sexo — acercándola a los mismos parámetros únicos y universales de cualquier pareja — o profundizando la lealtad genuina de la amistad en la adolescencia, Por siempre amigos se muestra como la cuidadosa acumulación de pequeños momentos significativos que influyen en el desarrollo de un individuo.

Una sumatoria de situaciones que revelan un costado mucho más humano que cualquier película que se precie de tratar temáticas sociales con altura, y que al mismo tiempo la acerca a la impronta lograda por Boyhood (2014) de Richard Linklater.

Tras el fallecimiento de su padre, Brian Jardine (Kinnear) vuelve a la casa paterna en Brooklyn con su familia para realizar el funeral y resolver algunos inconvenientes con la propiedad. Con dificultades para mantener su profesión de actor under y acompañado por su esposa Kathy (Jennifer Ehle) y su introvertido hijo de 13 años Jake (Theo Taplitz), el conflicto emocional por la pérdida familiar no es lo único con lo que va a tener que lidiar en el regreso al barrio de su niñez. Al lado de la casa, precisamente junto a la puerta de entrada, se encuentra un humilde taller de costura atendido por una inmigrante chilena llamada Leonor (Paulina Garcia) y su hijo Tony (Michael Barbieri), de la misma edad que Jake y con el cuál rápidamente se convierten en amigos inseparables.

Las diferencias de carácter entre Jake y Tony son muy pronunciadas, pero esto hace que su cariño mutuo sea aún más auténtico. Mientras que Jake es plenamente tímido y a su vez talentoso en el dibujo y la pintura; Tony es sociable, histriónico y ambicioso para con su sueño de seguir una carrera como actor, tal como el padre de su amigo. Es a través de ellos dos que la película se sitúa como una ventana a su mirada inocente cuando se enfrentan a las complejidades del mundo adulto, en una disputa que nada tiene que ver con su amistad.

Al parecer el padre de Brian apreciaba mucho a esta familia y para él ocupaban un lugar más importante como compañía que como inquilinos a los que se les debería cobrar un alquiler. Sin embargo, la situación económica para los Jardine no es la mejor y un negocio tan valioso en esa zona residencial de la ciudad podría significar una gran ayuda para saldar deudas. No obstante la conversación con Leonor sobre la posibilidad de pagar una hipotética renta no acaba de la mejor manera cuando ella sostiene que deberían respetar los deseos del dueño fallecido al dejarla vivir allí. Esto termina influyendo negativamente en la relación de los dos chicos.



Sachs es un ávido realizador dedicado a la representación natural de las emociones humanas, algo que no deja de sorprender cuando el talento de los jóvenes Taplitz y Barbieri (Jake y Tony en el argumento) son la razón fundamental por las que el film se desarrolla con una sensibilidad entrañable.Incluso sin poder ponerse de ningún lado de la discusión entre ambas familias, es el distanciamiento forzado de los dos chicos lo que genera que Por siempre amigos pueda ser vista de manera distinta, según el ángulo desde donde se la observe. Sea desde el conflicto lógico de intereses de los padres por el uso ideal del negocio o en la importancia de mantener al margen a los hijos y salvar su amistad.

Debates tan personales como éste son los que se dejan al criterio de cada uno. Un pequeño fragmento de la historia que acompaña y cuestiona de forma activa al espectador mucho después que finalicen los créditos finales, en unatarea de reflexión introspectiva que el cine nunca debería dejar de brindar.




Crítica publicada originalmente el 29 de Septiembre de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar

miércoles, 14 de septiembre de 2016

ESPECIAL WOODY ALLEN: Match Point (2005)

El azar como fundamento


Como primera estación de la denominada gira europea de su extensa cinematografía, Match point (2005) resulta ahora la continuación de los grandes temas que Woody Allen siempre se dedicó explicar con su particular punto de vista. Los sentimientos ocultos, las inseguridades de pareja, el sexo como desencadenante y fin en sí mismo, la eterna neurosis del inconformista patológico que materializa el director neoyorkino, tanto desde la comedia y el drama, con la misma simplicidad y delicadeza que tiene para descifrar los sentimientos más complejos.

Partimos de un film lento, pausado, flemático como la misma sociedad aristocrática londinense que se representa en el argumento. Match point es la historia de Chris Wilton (Jonathan Rhys Meyers), un ex jugador de tenis que encuentra en la enseñanza de este deporte la manera más fácil de hacer frente a su retiro. Es este trabajo el que lo lleva a entablar una amistad con el acaudalado Tom Hewett (Matthew Goode), quien al enterarse de su gusto por la ópera lo termina invitando al palco familiar que tiene en el Teatro Real de Londres. Como si todo pareciera obra del destino, allí conocerá a Chloe (Emily Mortimer), la hermana de Tom, con la que terminará llevando un noviazgo y poco tiempo después un matrimonio.

Este ascenso social dentro de la familia Hewett no deja de ser un sueño para este joven deportista venido a menos y sus orígenes humildes en su Irlanda natal. De un momento a otro pasó de ser un tenista mediocre, a casarse con la hija de uno de los empresarios más ricos de Gran Bretaña. Sin embargo, la ordenada cabeza de Chris se ve sacudida rotundamente cuando conoce a Nola (Scarlett Johanson), la prometida de Tom, y la atracción entre ellos se hace irresistible a primera vista.



Los meses pasan y la vida del protagonista se torna cada vez más rutinaria en su relación con Chloe y como ejecutivo en la empresa de su suegro. Para colmo su mujer empieza a exigirle la necesidad biológica de tener hijos, influenciada por la multitud de embarazos de sus amigas y la presión social de formar una familia modelo. No obstante, este letargo desalentador se rompe cuando Tom y Nola se terminan separando, y es en ese momento cuando Chris puede al fin concretar el romance trunco que existía con su ex cuñada.

La doble vida marcha bien entre mentiras y encuentros a escondidas. Pero la situación se sale de control cuando Nola le confiesa a Chris que está embarazada, e incluso exige que le cuente toda la verdad a su esposa para oficializar de una vez su relación. El amor pasional o la estabilidad económica. La toma de decisiones una vez más como encrucijada determinante en la filmografía de Allen.

Presa del pánico, Chris no se siente capaz de renunciar al estilo de vida que tanto le costó conquistar como uno de más del clan Hewett, y decide terminar su aventura con Nola de la manera más elaborada que su agudo ingenio podía permitirle: desarrollando un farsa de robo en el que la muerte de su amante parezca un simple accidente. Para eso, primero debería matar a la casera del edificio, luego robarle algunas joyas y medicamentos del botiquín, y esperar pacientemente hasta que Nola apareciera por el pasillo para que todo encajara en el perfil de un asesinato por drogas. Un plan tan perfecto como falible, que termina dejando impune al seductor y manipulador Chris, gracias a una (afortunada) serie de casualidades capaces de despistar las investigaciones de la policía británica. Aunque a fin de cuentas, la culpa de haber matado fríamente a la única mujer que amaba y su hijo no nacido quedará por siempre atrapada en su conciencia.



De esta manera, ya desde el principio del film se construye una alegoría sobre las mediaciones del azar en cualquier aspecto de nuestra existencia. Sea desde la primera reflexión en off del protagonista sobre como La gente teme reconocer qué parte tan grande de la vida depende de la suerte”, o las meras coincidencias que lo llevaron a codearse con la elite más selecta de Londres. Incluso cuando todo parece perdido, la suerte se pone de su lado al momento de encubrir su inexperiencia como asesino. El rol implacable de la casualidad sobre la causalidad que tanto defiende Chris a lo largo de la película, y que el mismo guion avala dejando que pueda salirse con la suya.

Hasta el embarazo de Nola es visto solamente como un mero producto de la mala suerte, dentro de esta concepción excesivamente fáctica de la realidad. Los límites en los que se mueve el ser humano serían muy estrechos si es tan poco lo que podemos controlar de nuestra historia. Y es aquí donde surge la pregunta: ¿Cuánto hay de responsabilidad en nuestras acciones? ¿En qué lugar queda el factor ético?

Resulta contradictorio que un personaje tan pragmático a la hora de reconocer al azar como el mayor engranaje que mueve al universo, pueda ser tan calculador y precavido para planificar cada paso de su vida. Pero a pesar de su lucidez para fraguar un crimen o manipular la confianza de su suegro, en ningún momento Chris llega a asumir la responsabilidad plena de sus acciones. Ni siquiera cuando la culpa lo persigue, tras haber acabado con Nola, logra dejar de desresponsabilizarse por sus inescrupulosos métodos y ambiciones. Es más, lo plantea inteligentemente desde una mirada literaria, desde la figura trágica de Sófocles, tal como en Edipo Rey o Antígona se apela a la desgracia para castigar al hombre que no acepta su destino. Algo que también se insinúa con la utilización de la ópera como única contextualización musical, a modo de una enunciación lírica de la tragedia que conllevan las actitudes del protagonista.

“Merezco ser detenido y castigado. Así al menos habría algún indicio de justicia”, admite Chris mientras busca alguna explicación a esta alteración del orden natural del mundo, donde el bien siempre triunfa y el mal siempre paga. Esto significa una contradicción tan grande para los cimientos de la sociedad moderna, que el mismo asesino anhela inconscientemente ser juzgado para dotar de algún sentido a su existencia. Incluso para el espectador que espera que el villano sea inevitablemente derrotado.

El mundo no gira al igual que lo establecen los cánones éticos y morales que tenemos más arraigados. Sea en ficción o en el mundo real, el amor, la justicia y el mismo azar son variables que nunca funcionan de la misma forma. Y eso es algo que Woody Allen sabe comprender bien.

Artículo publicado originalmente el 13 de Septiembre de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar


sábado, 27 de agosto de 2016

Crítica: Amigos de Armas (2016) Dir. Todd Phillips

La guerra de escritorio


Sin dudas, la industria bélica es uno de los productos más asombrosos que pudo haber creado el imperialismo norteamericano dentro de su poderío económico mundial. Sólo los sabios iletrados estadounidenses son capaces de vender todo tipo de guerras – e ideologías – por medio oriente con la misma facilidad que una cajita feliz encandila al sobrino más revoltoso. Pero desde la explotación desvergonzada de la libertad para portar armas de fuego hasta la sencillez con la que cualquiera puede romper su sistema infalible de libre mercado, ningún período representa mejor estos ideales huecos que la gestión Bush en pleno post 9/11.

Sin embargo, tampoco es cuestión de ponerse a estudiar a fondo el contexto yanqui para darse cuenta que la trama de Amigos de armas (2016) no puede ser tan real como inverosímil. Incluso con la dirección de Todd Phillips (célebre cráneo de la trilogía Hangover), el relato de cómo dos veinteañeros estafaron millonariamente al ejército de los Estados Unidos con armamento defectuosodeja de ser una solemne denuncia a los tejes y manejes de las licitaciones militares, para convertirse en una buddy-movie vibrante con varios elementos del universo Scorseseano.

Basada (a grandes rasgos) en un artículo de la revista Rolling Stone, la epopeya de David Packouz (Miles Teller) y Efraim Diveroli (Jonah Hill) que los llevó a convertirse en los líderes indiscutidos del tráfico de armas es el equivalente bélico de lo que Adam McKay replicó magistralmente hace unos meses en La Gran Apuesta (2015) con el llamado crack económico. Sólo que aquí reemplazamos las acciones de Wall Street por ametralladoras AK-47. Prácticamente nadie podía quedarse afuera entre las miles de contrataciones militares diarias que surgían como producto de la invasión estadounidense a Irak, y eso justamente es lo que se ve reflejado en la vorágine con la que los protagonistas disfrutan de su éxito repentino.



Pero todo el dato duro de los métodos de distribución, finanzas fraudulentas y técnicas de comercialización se hacen a un lado cuando la voz en off de David, con sus epifanías al mejor estilo Godfellas (1990), es la encargada de llevar adelante la narrativa como si tratara de la crónica de una muerte anunciada. Estas versiones ficcionalizadas de Packouz y Diveroli son el prototipo del mismo tipo de derroche que Jordan Belfort hacía gala en El Lobo de Wall Street (2013), del cual no solamente toma prestados los delirios de Jonah Hill, sino también la facilidad con la que Scorsese hace que nos encariñemos con personajes moralmente repulsivos.

El magnetismo que genera el dúo principal funciona en gran medida gracias a la química que desarrollan estos dos amigos dispuestos a todo con tal acceder a lo más alto del mercado armamentístico. Sea escapando de la guerrilla por las rutas de Bagdad o realizando tratos con los resabios soviéticos en Albania, todas estas situaciones se viven como una travesura digna del anecdotario más curioso.

No obstante, mientras que Miles Teller queda un poco desaprovechado – más todavía si se lo compara con su papel de Whiplash (2014) – dentro del carácter pasivo y casi servicial de Packouz, es Jonah Hill quien se luce a la hora de encarnar a Efraim como un verdadero psicópata y dirigir el verdadero ritmo del argumento. La personificación del actor es tan cautivadora que hasta su risa ridícula (cercana a un chillido) funciona como un signo de exclamación en los momentos más tensos. Momentos en donde no hay vuelta atrás y se ve cómo un Efraim calculador decide destruir o traicionar al que tiene enfrente sólo por un comentario desafortunado.

“La guerra es un sector más de la economía” se afirma varias veces durante el film, tal como lo hacía Nicholas Cage en El Señor de la Guerra (2005). Amigos de Armas cuenta con una visión políticamente incorrecta de los conflictos armados, que casi minimaliza totalmente la tragedia implícita que significan los campos de batalla. Algo que resulta difícil de olvidar si se trata de racionalizar demasiado en una película que más que imponer una moralina antibélica, intenta divertir sin muchas pretensiones.

Al fin y al cabo los criminales siempre pagan, y eso es algo que Hollywood se encarga de aclararlo en los primeros cinco minutos.





Reseña publicada originalmente el 28 de Agosto de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar