El azar como fundamento
Como primera estación de la denominada gira europea de
su extensa cinematografía, Match point (2005) resulta ahora la
continuación de los grandes temas que Woody Allen siempre se dedicó explicar
con su particular punto de vista. Los sentimientos ocultos, las
inseguridades de pareja, el sexo como desencadenante y fin en sí mismo, la
eterna neurosis del inconformista patológico que materializa el director
neoyorkino, tanto desde la comedia y el drama, con la misma simplicidad y delicadeza
que tiene para descifrar los sentimientos más complejos.
Partimos de un film lento, pausado, flemático como la misma
sociedad aristocrática londinense que se representa en el argumento. Match
point es la historia de Chris Wilton (Jonathan Rhys Meyers), un
ex jugador de tenis que encuentra en la enseñanza de este deporte la manera más
fácil de hacer frente a su retiro. Es este trabajo el que lo lleva a entablar
una amistad con el acaudalado Tom Hewett (Matthew Goode), quien al
enterarse de su gusto por la ópera lo termina invitando al palco familiar que
tiene en el Teatro Real de Londres. Como si todo pareciera obra del destino,
allí conocerá a Chloe (Emily Mortimer), la hermana de Tom, con la que
terminará llevando un noviazgo y poco tiempo después un matrimonio.
Este ascenso social dentro de la familia Hewett no deja de
ser un sueño para este joven deportista venido a menos y sus orígenes humildes
en su Irlanda natal. De un momento a otro pasó de ser un tenista mediocre, a
casarse con la hija de uno de los empresarios más ricos de Gran Bretaña. Sin
embargo, la ordenada cabeza de Chris se ve sacudida rotundamente cuando conoce
a Nola (Scarlett Johanson), la prometida de Tom, y la atracción entre
ellos se hace irresistible a primera vista.
Los meses pasan y la vida del protagonista se torna cada vez
más rutinaria en su relación con Chloe y como ejecutivo en la empresa de su
suegro. Para colmo su mujer empieza a exigirle la necesidad biológica de
tener hijos, influenciada por la multitud de embarazos de sus amigas y la
presión social de formar una familia modelo. No obstante, este letargo
desalentador se rompe cuando Tom y Nola se terminan separando, y es en ese
momento cuando Chris puede al fin concretar el romance trunco que existía con
su ex cuñada.
La doble vida marcha bien entre mentiras y encuentros a
escondidas. Pero la situación se sale de control cuando Nola le
confiesa a Chris que está embarazada, e incluso exige que le cuente toda la verdad
a su esposa para oficializar de una vez su relación. El amor pasional
o la estabilidad económica. La toma de decisiones una vez más como encrucijada
determinante en la filmografía de Allen.
Presa del pánico, Chris no se siente capaz de renunciar al estilo
de vida que tanto le costó conquistar como uno de más del clan Hewett, y decide
terminar su aventura con Nola de la manera más elaborada que su agudo ingenio
podía permitirle: desarrollando un farsa de robo en el que la muerte de su
amante parezca un simple accidente. Para eso, primero debería matar a la casera
del edificio, luego robarle algunas joyas y medicamentos del botiquín, y
esperar pacientemente hasta que Nola apareciera por el pasillo para que todo
encajara en el perfil de un asesinato por drogas. Un plan tan perfecto como
falible, que termina dejando impune al seductor y manipulador Chris, gracias a
una (afortunada) serie de casualidades capaces de despistar las investigaciones
de la policía británica. Aunque a fin de cuentas, la culpa de haber matado
fríamente a la única mujer que amaba y su hijo no nacido quedará por siempre
atrapada en su conciencia.
De esta manera, ya desde el principio del film se
construye una alegoría sobre las mediaciones del azar en cualquier aspecto de
nuestra existencia. Sea desde la primera reflexión en off del
protagonista sobre como “La gente teme reconocer
qué parte tan grande de la vida depende de la suerte”, o las meras
coincidencias que lo llevaron a codearse con la elite más
selecta de Londres. Incluso cuando todo parece perdido, la suerte se pone de su
lado al momento de encubrir su inexperiencia como asesino. El rol implacable de
la casualidad sobre la causalidad que tanto defiende Chris a lo largo de la
película, y que el mismo guion avala dejando que pueda salirse con la suya.
Hasta el embarazo de Nola es visto solamente como un mero
producto de la mala suerte, dentro de esta concepción excesivamente fáctica de
la realidad. Los límites en los que se mueve el ser humano serían muy estrechos
si es tan poco lo que podemos controlar de nuestra historia. Y es aquí donde
surge la pregunta: ¿Cuánto hay de responsabilidad en nuestras acciones?
¿En qué lugar queda el factor ético?
Resulta contradictorio que un personaje tan pragmático a la
hora de reconocer al azar como el mayor engranaje que mueve al universo, pueda
ser tan calculador y precavido para planificar cada paso de su vida. Pero a
pesar de su lucidez para fraguar un crimen o manipular la confianza de su
suegro, en ningún momento Chris llega a asumir la responsabilidad plena
de sus acciones. Ni siquiera cuando la culpa lo persigue, tras haber
acabado con Nola, logra dejar de desresponsabilizarse por sus inescrupulosos
métodos y ambiciones. Es más, lo plantea inteligentemente desde una
mirada literaria, desde la figura trágica de Sófocles, tal como en Edipo
Rey o Antígona se apela a la desgracia para castigar
al hombre que no acepta su destino. Algo que también se insinúa con la
utilización de la ópera como única contextualización musical, a modo de una
enunciación lírica de la tragedia que conllevan las actitudes del protagonista.
“Merezco ser detenido y castigado. Así al menos habría
algún indicio de justicia”, admite Chris mientras busca alguna explicación
a esta alteración del orden natural del mundo, donde el bien siempre triunfa y
el mal siempre paga. Esto significa una contradicción tan grande para
los cimientos de la sociedad moderna, que el mismo asesino anhela
inconscientemente ser juzgado para dotar de algún sentido a su existencia.
Incluso para el espectador que espera que el villano sea inevitablemente
derrotado.
El mundo no gira al igual que lo establecen los cánones
éticos y morales que tenemos más arraigados. Sea en ficción o en el mundo real,
el amor, la justicia y el mismo azar son variables que nunca funcionan de la
misma forma. Y eso es algo que Woody Allen sabe comprender bien.
Artículo publicado originalmente el 13 de Septiembre
de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar