Dentro del género documental se suele confundir la realidad con una porción segmentada de la misma subjetividad de un realizador. Los hechos nunca son exactamente como suceden porque en definitiva la realidad varía dependiendo de quién decida filmarla, y hasta de la misma interpretación personal que hace cada espectador sobre una misma obra.

Siguiendo esta misma línea tradicional documentalista, films como Crimen de Las Salinas Raídos toman como eje la responsabilidad moral de representar realidades, pero sin caer inevitablemente en la mirada sesgada. En estos casos puntuales, los hechos son contados desde la plena subjetividad de los retratados.

En el film de Lucas Distéfano, se hace patente que las entrevistas personales en el mismo lugar de los hechos buscan respuestas más certeras que las obtenidas burocráticamente por la Justicia. Es así que uno de los casos de homicidios más recordados de Córdoba adquiere otro significado cuando los mismos habitantes del pueblo de San José de las Salinas opinan abiertamente desde la observación de sus vecinos. Circunstancias como la clase social, los rumores barriales y las mismas vivencias de los entrevistados se ponen en jaque para crear una versión paralela del mismo relato. Aquí la subjetividad del director sólo se limita a la elección de sus actores, ya que son los mismos residentes los que dan forma al ensayo de Distéfano.

Por otro lado, en 
Raídos Diego Marcone (ganador de la Mención Especial del jurado) hace hincapié en la estricta observación de su campo de estudio. La forma en que se reproduce la cotidianeidad de los campesinos misioneros de la yerba mate surge a partir de las imágenes y la intimidad de un grupo de jóvenes con sueños y penurias propias. Los diálogos directos son escasos porque es la espontaneidad de estos agricultores lo que legitima a la cámara como un personaje más, sin intermediarios para el espectador y los protagonistas.



Hasta ahora la realidad es lo que el director analiza desde su lugar ajeno como investigador. En otros trabajos documentales de la sección se dejó de lado la postura solemne del simple enlace entre el público y la visión individual de los hechos para involucrarse sin reparos en la tarea de estudiar un suceso, una comunidad o simplemente una persona. En estas obras el análisis parcial llega a rozar la observación introspectiva. El director se analiza a sí mismo a partir de las imágenes y no al revés.

Crespo (La continuidad de la memoria), de Eduardo Crespo, puede que sea uno de los casos más representativos que se pudieron haber visto durante el festival. Un experimento abiertamente explicado como tal por su autor, que va mutando de un simple homenaje a la ciudad de Crespo, Entre Ríos, para convertirse en la evocación del recuerdo de su padre. Pero son las enseñanzas y la sabiduría que todos los habitantes del pueblo afirman haber tomado de él, lo que indican que el objetivo principal del director sea persistir la memoria de su infancia a través de lo que filma.

Otro caso parecido es El teorema de Santiago, de Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel, que -partiendo del entrañable personaje que es el director Hugo Santiago- narra los entreveros del rodaje de El cielo del Centauro. El oficio del cineasta, el caos de la filmación y la particular filosofía de Santiago como realizador nos hacen partícipes de un clásico making of con esencia de cátedra de cine. Y es en ese intercambio constante de anécdotas y reflexiones que se percibe la admiración con la que los autores hicieron esta película, demostrando que mientras se note la pasión genuina, una obra puede funcionar sin importar la poca familiaridad que tenga el público con el tema.

Este tipo de pasión intrínseca se puede ver también desde el rol de un simple observador, como sucede en Solar. Allí su director Manuel Abramovich intenta contar la historia del presunto niño prodigio Flavio Capobianco y su libro best seller en los años 90, desde un lugar más bien distante. Sin embargo, este simple proyecto termina siendo mucho más interesante como fracaso que como documental familiar, tal como fue planteado originalmente. Algo que se ve cuando el director se involucra más de lo debido y aparecen en escena los conflictos entre Flavio y su hermano, sumados a la influencia de una madre avasalladora. La pasión en este caso no proviene del mismo realizador, sino del conflicto que subyace detrás de las imágenes editadas en el corte final.

Los tres films anteriores ponían al director en un lugar de compromiso íntimo, pero siempre desde un espacio secundario en donde el objeto de estudio es el otro. Lo interesante es cuando el autor deja de ser un simple espectador y se pone como el eje central de análisis al servicio del público. En estos casos la conclusión no viene previamente digerida por parte del director, sino que somos nosotros los únicos jueces de valor dispuestos a hacerlo.

Las lindas Mi último fracaso entrarían dentro de esta categoría de entrega emocional, teniendo al coming of age femenino como punto partida desde lugares completamente opuestos. La primera se podría interpretar tanto como una oda a la individualidad, como una dura crítica a los roles de género y los cánones de belleza. Su directora Melisa Liebenthal –porteña y de clase media– toma a su grupo de amigas como representantes de un mundo superficial para exponer sus propios problemas de autoestima. A su vez, el hombre no tiene un lugar participativo en este mundo femenino, sólo aparece representado como un cazador, un depredador al cual hay que seducir porque así lo dicta la sociedad en la que vive. En cambio la segunda, dirigida por Cecilia Kang –coreana/argentina arraigada en parte a las costumbres de su comunidad –, tiene una mirada mucho más optimista de su propio entorno. Su familia, sus amigas y su cultura coinciden a la hora de explicar la fortaleza de esos vínculos en la construcción del individuo. En este mundo la unión fraternal hace la fuerza, sin importar estrato, apariencia o género.

Liebenthal y Kang hablan desde lugares antagónicos, pero con una misma temática de por medio. Ambas son mujeres que viven su género de maneras muy distintas. Como la contracara de dos idiosincrasias radicalmente distintas: La occidental y la oriental.

En la diversidad está la riqueza, dice el dicho popular. Este análisis da cuenta de la rigurosidad con la que se seleccionaron estas películas durante la competencia, para que siendo propuestas tan diferentes entre sí pudieran complementarse en conjunto. Cada una de ellas es el resultado de un presente mediado por constantes cambios en materia tecnológica, política y social, en una realidad que tiene tantas interpretaciones como directores que estén dispuestos a interpretarla


Ensayo publicada originalmente el 25 de Abril de 2016 en Otroscines.com