Hablar de Marvel en el cine casi siempre se reduce a hablar de fases y universos expandidos. Pero si bien justamente ese es el aspecto que más se incita a analizar, me parece mucho más acertado ver sus obras como parte de una antología. Muchas historias — inevitablemente unidas entre sí — que dan cuenta de la reinterpretación de distintos personajes bajo la mirada de un contexto actual globalizado, regido por la instantaneidad de las nuevas tecnologías y el mandato del mercado internacional.
Por fuera de la discusión sobre la fidelidad de la historieta, Doctor Strange es la continuación de la sólida hegemonía Marvel dentro de las adaptaciones comiqueras, a base de mantener la fórmula que los posicionó en lo más alto: Personajes carismáticos, grandilocuencia visual y un mínimo hilo conductor que pueda asegurar la calidad de exportación. Sin embargo, esta fórmula se encuentra lejos de estar estancada cuando Kevin Feige y compañía saben precisamente qué componentes tocar para que siga pareciendo tan fresca como siempre, incluso con una estructura genérica: La revelación de un poder oculto, la redención del héroe y un villano con sus motivaciones de vida eterna, clásicas de cualquier film de superhéroes.
Es por eso que la clave del hechicero supremo está en los detalles.
La historia de cómo Stephen Strange, un cirujano renombrado por su talento y arrogancia, se sobrepone a un accidente automovilístico que le inutiliza las manos y termina superando sus limitaciones físicas a partir de la fortaleza espiritual, no podría haber brillado si no fuera la incorporación de un elenco notable. La participación de actores de corte más dramático, hasta con experiencia en teatro clásico, como Benedict Cumberbatch, Tilda Swinton o Chiwetel Ejiofor hacen que suene increíble que una película de superhéroes pueda ser sustentada por ellos tres desde un aspecto más terrenal como la interpretación y los diálogos por sobre los efectos especiales. No me malinterpreten, el CGI sigue siendo una parte fundamental de la experiencia esotérica que significa este mundo de magia y portales místicos, y lógicamente se roba el protagonismo durante los momentos de acción ingrávida al mejor estilo Inception (2010). Pero pasando por alto que los impresionantes escenarios cósmicos lleguen a opacar en gran medida el interesante mensaje de auto superación que recorre el film, las sensaciones finales se hacen mucho más valiosas cuando no todo se reduce a explosiones y trompadas.
El Doctor Strange personificado por Cumberbatch toma mucho de la entrañable impronta soberbia de su otro gran rol en la serie Sherlock, y esto lo posiciona como un superhéroe más astuto y precavido que sus compañeros de editorial. Aun comparándolo con el Iron Man de Robert Downey Jr. Strange sale ganando a la hora resolver disputas de la manera más inteligente cuando tiene todas las de perder. Esto también se justifica en la naturaleza reflexiva de su compañero Mordo (Ejiofor) y su mentora, la Ancestral (personificada por Tilda Swinton).
Siendo un gran acierto para este tipo de papeles comúnmente interpretados por hombres, el caso de la inclusión de Swinton en esta producción no deja de ser curiosa. Originalmente, el personaje del Ancestral era retratado en la historieta como un anciano maestro originario de Nepal con rasgos tradicionalmente orientales. Lo que generó semejante cambio (de género y de color de piel) se traslada a la injerencia que tiene el mercado chino para la industria cinematográfica hollywoodense en la venta de entradas y la delicada situación política-territorial que existe entre el gigante asiático y el gobierno nepalés. No obstante, a pesar de que la actriz británica le otorga un encanto distinto a un personaje siempre atravesado por los estereotipos, este tipo de modificaciones dan cuenta de otro tipo de occidentalizaciones que ostenta Marvel en sus producciones por fuera de las cuestiones comerciales.
El mejor ejemplo se ve en una de las escenas más conocidas, repetidas en los trailers y aplaudidas en todas sus funciones: El aguerrido Mordo le entrega un papel al inexperto protagonista con la enigmática palabra Shamballa escrita en él. Confundido, Strange le pregunta si ese sería su mantra y termina aún más sorprendido cuando le responden “Es la clave del Wifi. No somos salvajes”.
Más allá de las risas y la complicidad del guion con el público naturalizado con el internet, queda implícita que la noción de salvajes que se tiene por estos lados es justamente la que el universo de Doctor Strange intenta defender a partir de las enseñanzas espirituales ajenas a las nuevas tecnologías. Este prejuicio no deja de ser una curiosidad cuando la mayor parte de la población mundial nunca realizó una llamada telefónica.
Marvel siempre será Marvel con su visión occidental del mundo. Especialmente si toda la película se basa en la cultura oriental y los principales santuarios místicos mencionados en el film se encuentran en Nueva York y Londres (?). Sin embargo, estos detalles culturales no dejan de ser comunes en cualquier estreno proveniente del país del norte, así que difícilmente se pueda condenar a la película en su totalidad sólo por ser parte de una industria prejuiciosa por principio.
En palabras generales, Doctor strange deja un poco de lado esa impronta juvenil del remate efectivo y la explosión fácil que tanto caracteriza a la editorial norteamericana. Y lo bien que hace. El fundamento espiritual que hay detrás de los poderes y las rivalidades es una grata sorpresa dentro de un género, que al menos desde la vereda de enfrente, viene en piloto automático. Todo esto, sumado a la acertada elección de Benedict Cumberbatch para reinterpretar a un personaje icónico, es lo que definitivamente hace del film lo mejor que haya sacado la casa de las ideas hasta ahora.
“No vencemos nuestros demonios. Sólo los dejamos atrás”, explica La Ancestral con sabiduría para referirse a la mejor manera de superar los miedos. Los villanos siempre vuelven. Una metáfora perfecta para asegurar que Marvel ya debe estar pensando en la secuela.
La animación siempre tuvo el estigma de ser considerada
un medio de ficción poco serio. Parece mentira que sigamos discutiendo esta
problemática en pleno siglo XXI, con la presencia cotidiana de series y
películas de dibujos animados con temáticas adultas y
comentarios sociales mucho más despiadados que sus equivalentes live-action.
Sin embargo, el prejuicio aún persiste y el principal refugio de la llamada
“Industria cultural” moderna sigue siendo clasificar sus productos en
categorías de público, capaces de decidir quienes son los más indicados para
ver determinado tipo de contenidos. Y esto también se ve en la forma en que se
cataloga la animación.
Hace rato que la
animación ya no es únicamente para chicos, y tenemos varios exponentes
que siguen probando lo contrario: Desde Los Simpsons, con más de
veinticinco años ininterrumpidos al aire, y su irreverente satirización de la
política, la religión y la moral norteamericana, pasando por su legado más
inmediato con Family Guy y American Dad como
principales exponentes de parodia y humor absurdo, o las extremas
representaciones gráficas de South Park y su visión
sobre el racismo, la homofobia y el progresismo políticamente correcto, hasta
la reinterpretación social futurista de Futurama y el
desarrollo de la fragilidad emocional humana en Dr. Katz y Bojack
Horseman. Todas han sabido exponer de distintas maneras
ese espíritu crítico punzante para marcar una posición frente a las injusticias
del mundo y la forma en que funciona la sociedad occidental. Pero lo que todas
tienen en común es que no subestiman al espectador con sus temáticas e ironías.
Dentro de esta revolución del humor
transgresor es que también se sitúa Cartoon Network, y su segmento Adult
Swim como principal bastión de animación adulta en un canal
caracterizado por emitir programas infantiles (y
no tanto). Con una impronta bizarra y directa desde sus comienzos con
el ya mítico programa de entrevistas Space Ghost Coast to Coast,
Adult Swim y su productora Williams Street se convirtieron en el lugar de
pertenencia de la animación experimental con títulos originales como Robot
Chicken y Aqua Teen Hunger Force, entre otros.
Incluso su canal de Youtube hace gala de este estilo con joyas como esta.
Pero sorprendentemente es en medio de esta vorágine de
personajes estrafalarios y chistes incoherentes que caracteriza al bloque,
donde aparece una de las series de animación más profundas, complejas y
elaboradas de los últimos tiempos: Rick and Morty.
Imaginemos la mejor combinación entre el debate social de Los
Simpsons y la ciencia ficción dura de Futurama. El resultado sería el
único programa que nos invita a cuestionar filosóficamente el modo en que vemos
el universo y la vida humana, a la vez que nos hace reír con las horrorosas
consecuencias de manipular las distintas realidades interdimensionales.
Bienvenidos al humor cósmico-pesimista de Rick and
Morty.
Este análisis contiene SPOILERS.
Descubriendo el terror cósmico
Creada por Justin Rolland y Dan
Harmond (Community), Rick and Morty narra las
asombrosas aventuras interespaciales de Rick Sánchez, un científico loco y
alcohólico, junto a su ingenuo nieto Morty. Una suerte de parodia de Volver
al Futuro, sólo que en este caso en vez de viajar en el tiempo, sus surrealistas
excursiones son hacia dimensiones paralelas y planetas inhóspitos.
Siguiendo una estructura antológica, cada aventura
de Rick y Morty por el multiverso tiene grandes influencias del género del
terror y la ciencia ficción. Algo que se traduce en los continuos homenajes
a películas como A Nightmare on Elm Street(1984),
Nosferatu (1922), Ghostbusters (1984) y The Fly (1986), por nombrar solo
algunos. Hasta el característico ídolo rocoso del film Zardoz(1974) tiene
una pequeña aparición durante la primera temporada. Sin embargo, al mismo
tiempo que la serie homenajea a un gran número de obras del cine fantástico, es
curioso darse cuenta que sus historias tienen una notable afinidad con el
subgénero llamado “Terror cósmico”.
Originado mayormente por la leyenda del terror, H.P
Lovecraft, el “Terror cósmico” hace hincapié en el horror que existe fuera
de los límites de nuestro entendimiento. Al igual que Lovecraft, Rick
and Morty utiliza el abrumador desconocimiento que tenemos del
universo, como el lugar ideal para especular sobre los misterios que se
esconden en los rincones más recónditos del espacio. Incluso durante la
presentación del programa se puede ver brevemente a Cthulu, el
monstruo ancestral lovecraftiano por naturaleza, como una
manera de hacerse cargo de sus influencias literarias.
Sin embargo, el “Terror cósmico” va mucho más allá
de los sobresaltos propios del terror clásico, sino que se presenta en la
opresión de lo desconocido y lo inimaginable. Es esa espantosa experiencia
de angustia y desesperación que sentimos frente a lo que nos es imposible de
comprender, en el preciso momento que se interpone con nuestra concepción
terrenal de lo posible.
En la serie, la pistola de portales de Rick es la herramienta
con la que el dúo protagonista se traslada por los distintos planos
dimensionales, pero también actúa como enlace para enfrentarnos constantemente
con lo desconocido. Lo que genera que al mismo tiempo que Rick y Morty van
moviéndose de una realidad a otra, muchas veces los resultados sean horrendos,
algunas veces cómicos, y otras veces la retorcida combinación de ambos.
De vez en cuando, esas realidades incomprensibles se
inmiscuyen en la nuestra generando conflicto, algo que se puede ver
específicamente en el episodio “Get Schwifty” (02×05). En esta
oportunidad, la Tierra es visitada por una cabeza gigante alienígena que causa
el caos en nuestro ecosistema debido a su inmensa masa gravitacional, y con la
única exigencia de que los terrestres “muestren lo que tienen”. Frente a este
apocalipsis y la naturaleza confusa del pedido, surge un culto religioso
dispuesto a adorar a esta entidad cósmica. Mientras que Rick – sabiendo que es
un extraterrestre de la raza de los cromulones – le informa al
presidente estadounidense que este enigmático mandato se refiere en realidad a
la creación de una canción pop que nos permita competir en una versión
interplanetaria de American Idol. O en su defecto, perder el
concurso y que destruyan nuestro planeta.
Pasando por alto lo insólito del argumento, las
gigantescas entidades cósmicas voladoras no son algo nuevo en el universo de la
ciencia ficción. Ya de por si Lovecraft utilizaba esta idea todo el tiempo,
al imaginar una raza de dioses ancestrales todopoderosos denominados “Los
antiguos”, representados en libros como “La llamada de Cthulu” (1926) y “The
Dunwich Horror” (1928). Existen varias preguntas que se nos plantean a partir
de la aparición de estos seres de proporciones colosales en el “Terror
cósmico”. La primera es: ¿Cuál es nuestra importancia en el universo?
La mayor parte de la ciencia ficción surge de nuestro
convencimiento de que la raza humana es, metafóricamente hablando, el centro
del universo. Sea luchando contra las amenazas intergalácticas o
intentando lograr la paz con distintas civilizaciones alienígenas, la humanidad
– o la representación de lo que consideramos la humanidad – toma el rol central
en el desarrollo espacial. No obstante, el “Terror cósmico” invierte
esa premisa y se pregunta ¿Y si fuéramos totalmente insignificantes para el
universo?
Volviendo a los cromulanos y su fijación
por los reality shows interplanetarios, para ellos la
humanidad es únicamente un juguete más en su disparatada noción de
entretenimiento. Y es por eso que destruir un planeta por no convencer al
jurado es una de las tantas cosas que se pueden hacer contando con poder
ilimitado. El “Terror cósmico” está plagado de estos seres capaces de
demostrarnos que somos un granito de arena en el devenir del universo, y
precisamente eso es lo que lo hace tan aterrador. O en el caso de Rick
and Morty, increíblemente cómico desde la impronta del humor negro.
Esta total indiferencia del universo en cuanto a nuestra
existencia se hace patente cuando vemos que Rick y Morty pueden morir
desmembrados por un experimento fallido, solo para ser remplazados
inmediatamente por una versión paralela de ellos sin que eso altere el orden
universal. Es así que no somos solamente seres totalmente descartables
en nuestra realidad, sino que nuestra realidad es una de las infinitas
realidades posibles que existen en el universo. No existen razones
para creer que nuestra desaparición física implique otra consecuencia que no
sea la de continuar el ciclo vital del cosmos.
Rick and morty no pretende hacernos sentir
horrorizados con nuestra manifiesta condición de insignificancia, sino que nos
interpela a que la aceptemos y nos riamos de ella. Porque si bien
somos pequeñas partículas en el devenir cósmico, a su vez somos potencialmente
el máximo universo conocido de microbios mucho más insignificantes que
nosotros.
De la misma forma que Tommy Lee Jones descubre en Men
in Black II(2002)que su casillero es el hogar de una sociedad
de extraterrestres diminutos, Morty descubre durante la serie que la batería
del auto de Rick es alimentada por un micro-universo creado únicamente para
generar la energía necesaria que arrancar el motor. Y a su vez, dentro de
este universo, existe otro universo con el mismo propósito. Más allá de lo
confuso de esta situación al mejor estilo Inception (2010), es
inevitable pensar que para estos micro-universos, Rick es el equivalente a una
de las deidades cósmicas todopoderosas salidas de la pluma de Lovecraft.
En un teórico multiverso que supera ampliamente nuestra
comprensión, compuesto por infinitas posibilidades, la importancia de nuestra
existencia carece totalmente el sentido, y todo lo que queda es la fría indiferencia
del cosmos.
“¿Qué hay con la realidad en donde Hitler descubre la cura contra el cáncer? La respuesta es: No pienses en eso.”
Rick Sánchez, “Rick Potion #9” (01×06)
El sentido de la vida según Rick
La naturaleza oscura de casi todos los capítulos de Rick
and Morty se sostiene a partir de la incertidumbre sobre la razón de
nuestra existencia. Por un lado está la insignificancia cósmica de
nuestra raza como algo inalterable, y por el otro la frivolidad individualista
de la vida humana. La serie nos presenta dos ejemplos radicalmente distintos de
cómo encarar nuestra patética existencia a través de los personajes de Rick y
Jerry:
Primero tenemos a Jerry (padre de Morty y
yerno de Rick), quien aparentemente es inconsciente de la aplastante
mediocridad e inutilidad de su vida. Jerry es un fracasado. Es
desempleado, su esposa lo odia y no es precisamente el hombre mejor capacitado
para poder cuidarse solo. Sin embargo, a simple vista podría decirse que es más
feliz que el alcohólico y narcisista Rick, si nos damos cuenta que es lo
suficientemente estúpido para ignorar que su vida es intrascendente. Su
ignorancia es la razón de su efímera felicidad.
Rick, al contrario de Jerry, es consciente de la falta de
sentido de nuestra existencia y lo acepta sin vueltas. Pero más allá
de su insufrible sarcasmo y su actitud temeraria frente a las miserias de la
vida, la sensibilidad de Rick se infiere a través del alcoholismo y su
incomprensible latiguillo “wubba lubba dub dub”, el cual se revela que
significa “Estoy sufriendo. Ayúdenme por favor”en algún idioma
alienígena. Algo bastante oscuro y perturbador para lo que se podría esperar
del remate de un chiste.
El racionalismo puro con el que parece funcionar el universo
favorece el sentimiento de insignificancia de nuestras vidas. Nos deja en una
paradoja: La ciencia nos facilita descubrir los secretos del universo a
través de sus avances, pero nosotros como humanos debemos afrontar la
arbitraria y desoladora idea de que vivimos sin ningún cometido.
La ciencia puede dar sentido a cualquier emoción o sentimiento
a partir de la biología o la psicología, llegando a transformar la vida humana
en poco más que leyes científicas puestas en orden. Incluso Rick llega a
racionalizar su cariño con Morty basándose en la necesidad neurológica de
mimetizar sus ondas cerebrales con las de su nieto idiota, y así evitar que sus
enemigos lo encuentren. El amor, la felicidad y el intelecto pueden ser
reducidos a meras reacciones químicas y Rick lo sabe.
Este reduccionismo aplicado a la vida también se puede
ver cuando Morty se encuentra con un juego de realidad virtual llamado “Roy”,
en el cual vive la vida de una persona normal, enamorándose, teniendo hijos,
afrontando una lucha contra el cáncer, y finalmente muriendo en un accidente ya
de viejo. Todo esto en menos de cinco minutos para su entorno, pero atravesando
más de cincuenta años en la mente de Morty, quien llega a olvidarse por
completo quien es y cómo llegó allí. Sin embargo, la pregunta que se nos
formula a partir de esta experiencia tan conmovedora es: ¿Cuál es la diferencia
entre la realidad ficcional de “Roy” y la vida real? ¿Qué
diferencia existe entre la vida real y una simulación?
Rick and Morty juegan constantemente con esta
dualidad entre lo virtual y la vida real. Si podemos adecuarnos a la
idea de llevar una vida ficcional dentro de un videojuego, es porque en
definitiva estamos poniendo en duda la autenticidad de nuestra realidad, al
igual que Neo cuestiona la suya en The Matrix(1999).
Esta crisis de sentido latente en nuestra historia es tomada por varios
filósofos existencialistas. Pero particularmente nuestro querido (y
bastardeado) amigo Friedrich Nietzsche es útil para
explicar esto.
Nietzsche parte de la metáfora del loco que
corre por el pueblo gritando “Dios ha muerto, y nosotros lo hemos matado”.
Ahora bien, lo que Nietzche intentaba decir era que luego del iluminismo y la
revolución científica, el ente todopoderoso que daba valor y significado a
nuestra existencia ya no es importante. Después de la muerte de dios en
la filosofía, sólo queda el nihilismo. El vacío de sentido.
Este conflicto emocional sobre la naturaleza intrascendente
de la vida es lo que termina definiendo a Rick Sánchez. Rick es
esencialmente empírico y utiliza la ciencia como forma de desmitificar todo lo
desconocido, encarnando involuntariamente la tensión entre el nihilismo activo
y pasivo.
El nihilismo pasivo, volviendo a Nietzche, se resume en la
resignación de aceptar la falta total de sentido en la vida. Mientras que
el nihilismo activo se trata del inconformismo ante esta falta de sentido, para
crear nuevos sentidos con los que se pueda dotar a nuestra existencia. Esta
dicotomía constante hace que Rick pase de un extremo al otro, asumiendo la fatalidad
del universo sin culpas y disfrutando lo que más pueda su supervivencia, para
luego caer en la más profunda de las depresiones al darse cuenta que nada de lo
que haga cambia su destino.
Por momentos las acciones de Rick parecen ser paradójicas
y autodestructivas, probablemente porque él también, al igual que nosotros,
continúa buscándole un sentido al universo.
La moral absurda
En muchos casos, las terribles decisiones de Rick y
Morty en sus travesías espaciales no apuntan siempre a la intrascendencia en el
cosmos, sino que llegan a cuestionar directamente nuestra propia noción de
moral. En la serie, la fina línea que divide lo correcto de lo abominablemente
atroz siempre está en juego, y esto se ve claramente en la manera en que Morty
siempre intenta hacer el bien y el mismo argumento termina contradiciendo sus
buenas intenciones.
Uno de los ejemplos más cómicamente gráficos de esta
moralidad dudosa, sucede después de que Morty y su hermana Summer liberen a una
raza esclavizada por una colmena mental (una mente en común capaz de dominar a
todos). Pero lo que inicialmente parece un gesto benévolo por parte de los
protagonistas, desencadena en una guerra civil en nombre de las diferentes
formas de pezones de cada habitante de ese planeta (hermosa metáfora del
racismo). Resulta ser que en libertad, esta raza estaba compuesta naturalmente
por racistas, depravados y drogadictos, mientras que cuando estaban sometidos
mentalmente el planeta funcionaba perfectamente en paz. Frente a estas
nefastas consecuencias es que Summer reflexiona: “No sabía que la
libertad significara que la gente pudiera hacer cosas horribles”.
Esto da pie a otra gran pregunta existencial: ¿Qué
sería de la vida sin ningún tipo de restricciones?
Si nosotros como público lógicamente nos horrorizamos frente
a la forma en la que estos seres son esclavizados, el programa nos hace
pensar por un momento que nuestra idealización de la libertad es lo que nos
obliga a vivir en un mundo tan cruel e injusto. La razón instrumental nos
determina.
Otra forma de entender la mirada existencialista de Rick
and Morty, es a través del pensamiento filosófico conocido como Absurdismo,
acuñado por el escritor francés Albert Camus. Precisamente en el
capítulo “Meeseeks and Destroy” – la referencia a Metallica no
puede pasar desapercibida – en cual unos seres azules llamados Meeseeks basan
su existencia únicamente en solucionar los problemas ajenos. Pero ¿qué tiene
que ver esto con Camus?
El absurdismo consiste en dos actitudes opuestas: La
tendencia humana a encontrarle sentido a su existencia, y la completa
indiferencia del universo con respecto a nuestro etnocentrismo espacial. Al
igual que en el “Terror cósmico”, acá lo que se discute es la necesidad humana
de sentirse la raza más importante del cosmos.
En este episodio, vemos representado completamente lo
contrario al intentar explicar la existencia de los Meeseeks: Ellos
existen con la única razón de satisfacer a otro. Y si esto no llegara a
suceder, estos seres no tendrían otra razón para seguir existiendo. De la misma
forma podríamos nosotros cuestionar cual es nuestra utilidad en el universo, y
eso es lo que sucede cuando decenas de estos hombrecillos se ven incapaces de
enseñarle a Jerry a jugar al golf.
Otros personajes de la serie prefieren confrontar a su
creador por el simple hecho de haberles dado la vida, en vez de buscarle
sentido a su presencia en el universo. Sea desde una cuestión
religiosa perdiendo la fe en dios o insultando a Rick por haberlos creado, este
“complejo de Frankenstein” no se ve solamente en los Meeseeks, sino también en Abradolf
Lincler, un insólito experimento de Rick con el objetivo de crear al líder
perfecto combinando el ADN de Abraham Lincoln y Adolf Hitler. No hay que ser muy
intuitivo para imaginarse como pudo terminar esa locura.
Para Camus, los seres humanos estamos condenados a buscar
inútilmente un propósito para nuestra existencia, dejándonos como única
alternativa abrazar la idea de una vida sin sentido y aceptar el vacío del
absurdo sin más.
Esto significa que después de tantas preguntas existenciales
sobre lo intrascendente de nuestra presencia en la inmensidad del cosmos, Jerry
es el único capaz de sobrellevar (aunque sea de forma inconsciente) la idea de
que nuestro destino ya está sellado. Lovecraft, Nietzsche y Camus lo avalan.
“Nadie existe por un motivo, nadie pertenece a ningún lugar,
todos vamos a morir. Ven a ver la televisión”
Morty Smith. “Rixty Minutes” (01×08)
Existencialismo y ciencia ficción
Rick and Morty es una de las tantas razones para
seguir batallando el prejuicio de la animación como medio poco idóneo para
contar historias profundas y complejas. Ni siquiera la poca cantidad de
episodios, las exigencias del prime-time y sus difíciles
horarios de emisión por la madrugada evitan que la serie pierda su genialidad
frente a cualquier otra serie adulta con sátira social y humor desvergonzado.
Pocos programas pueden darse el lujo de marcar un estilo
propio, al mismo tiempo que exploran los confines filosóficos del espacio sin
subestimar al espectador. Justin Rolland y Dan Harmond no dudan en
hacerse cargo de sus influencias y homenajean al cine de ciencia ficción y el
terror fantástico dentro de un un universo vivo, lleno de personajes
carismáticos y cuestiones existenciales y morales que se prestan a la reflexión
y la risa por igual. La búsqueda de sentido, la noción idealizada de
libertad y el horror frente a lo desconocido, comparten lugar con las groserías
y la comedia absurda sin que eso le quite ni un poco de seriedad a su
propuesta.
Rick and Morty regresan con su tercera temporada
a fines de este año y todavía no hay indicios sobre el rumbo que tomará la
historia, después de la encarcelación de Rick y sus consecuencias en el planeta
Tierra. Será que este científico alcohólico y desconsiderado hará por
fin algo por el bien común del universo, o todas sus acciones seguirán siendo
parte de su egocentrismo patológico. Tendremos que esperar un poco más para
saberlo.