domingo, 15 de enero de 2017

Crítica: Aliados (2016) Dir. Robert Zemeckis

Casablanca siempre estuvo cerca


Del gigantesco Robert Zemeckis — eterno innovador de la narrativa y director de recuerdos imborrables del cine como Forrest Gump, la trilogía de Volver al Futuro y probablemente la mejor película de animación de la historia: Who framed Roger Rabbit — Aliados (Allied, 2016) retoma la misma nostalgia por la industria fílmica que cada tanto esta en boga, para volver a los tiempos simples y optimistas de espías seductores, intrigas sencillas y romances apasionados.

Vale aclarar que la nostalgia nunca sobra, por más que se vuelva repetitiva, si se la da una vuelta de tuerca lo suficientemente original para que no implique ver la misma trama por enésima vez.

El guion del británico Steven Knight se toma su tiempo para crear el suspenso e introducirnos de lleno en la Casablanca de la segunda guerra (lugar emblemático del cine si los hay). Allí, el oficial de inteligencia canadiense Max Vatan (Brad Pitt) y la espía francesa Marianne Beausejour (Marion Cotillard) deberán infiltrarse en territorio nazi con la misión de eliminar al embajador alemán en territorio africano, y para eso, más allá de sus grandes habilidades como asesinos, ambos agentes deberán fingir ser marido y mujer frente a las sospechas de su entorno. Es así que tras muchos preparativos y algunas tensiones de por medio el ataque resulta un éxito, a la vez que logran escapar ilesos increíblemente de lo que parecía ser un plan suicida. Sin embargo, esto no significa más que un prólogo para la verdadera premisa que depara el film.

Inevitablemente la espectacularidad de la primera parte, alternando un desarrollo interesante de los protagonistas con escenas de acción impecablemente coreografiadas, se termina diluyendo para dar paso a una trama mucho más predecible y chata. Ya con el objetivo cumplido, y lógicamente para los cánones hollywoodenses, el teatro del matrimonio de los espías Vatan y Beausejour pronto se convierte en romance real que los ve casándose y teniendo una nena a tan solo un año después de su retiro en Londres. No obstante, la paz familiar dura poco tiempo, entre los constantes bombardeos que sufre la capital británica, hasta que surge la sospecha de que Marianne haya sido todo este tiempo en realidad una agente nazi encubierta, poniendo en juego la confianza de su marido Max mientras intenta descubrir la verdadera identidad de su mujer.



Aquí radica una de las mayores falencias de Aliados, y es que luego de una primera mitad desarrollando la personalidad definida de los dos personajes principales, la película termina modificando sus características básicas para lograr justificar este giro. De esta manera, Max deja de ser cauto y precavido para pasar a ser impulsivo y apresurado en su búsqueda de verdad, a la vez que Marianne pierde su carácter misterioso e insondable en función de ser más transparente en sus intenciones frente al espectador.

Incluso aprovechando la gran emocionalidad de Marion Cotillard en cámara y la química compartida con Brad Pitt, sumada a la acertada visión cruel y paranoica de Zemeckis sobre la época (la escena surrealista que combina la caída de un bombardero alemán con un picnic romántico da cuenta de la agudeza del director), la incertidumbre sobre el verdadero bando de Marianne nunca termina de convencer como verosímil y se reduce únicamente a dos posibilidades: si es o no traidora a la resistencia. En un contexto de moralidad difusa como el que plantea el film, ninguna conclusión cierra del todo si se nos restringe a decidir entre blanco o negro.

“Mantengo las emociones reales. Por eso funciona”, le confiesa varias veces Marianne a su esposo refiriéndose a la habilidad que tiene para falsear sentimientos. Si se pudiera parafrasear esta reflexión, resulta curioso que Aliados funcione mejor durante la primera parte, cuando las emociones no son edulcoradas y la adrenalina de la misión se funde con la seducción platónica de los protagonistas simulando el matrimonio. En todo caso, para ver romance siempre será mejor volver a ver la despedida de Ingmar Bergman y Humphrey Bogart en Casablanca.




Crítica publicada originalmente el 13 de enero de 2017 en Proyectorfantasma.com.ar

Crítica: Mi último fracaso (2016) Dir. Cecilia Kang

La cultura como identidad


Cuando se habla del género documental, resulta difícil desligarlo socialmente de su esencia periodística, de esa finalidad informativa que supone la descripción de una realidad a través de la subjetividad de quién decida filmarla y de la misma interpretación personal que hace cada espectador sobre una misma obra. En estos casos resulta interesante cuando un director deja de ser un simple observador de su entorno y pasa convertirse en un objeto de estudio al servicio del público.

Dirigido por Cecilia Kang — hija de padres coreanos y atravesada por el hermetismo de una cultura milenaria que recorre varias generaciones — Mi último fracaso se presenta como un documental sobre la comunidad coreana en Buenos Aires, exhibiendo las tradiciones y características singulares que hacen de este colectivo uno de los más arraigados en cuanto a la conservación de sus costumbres, en una ciudad que fácilmente combina el karaoke oriental con el fernet con cola.

Sin embargo, es notable como Kang parte de este contexto principalmente para comprender su propia identidad como mujer argentina y coreana. Una identificación que se construye en la unión que comparte con sus mejores amigas (coreanas y argentinas), en la inspiración que le genera su profesora de artes plásticas y en la admiración profunda por las mujeres de su familia: Abuela, madre y hermana divididas en tres generaciones distintas y con visiones radicalmente diferentes de entender su linaje.

Es así que el film se reparte constantemente entre Seúl y Buenos Aires, haciendo hincapié en los distintos conflictos de este grupo de mujeres marcadas por el rol femenino que ocupan en su cultura, como así también en la relación de sus tradiciones con el mundo occidental. Desde la eterna búsqueda del hombre ideal y el mandato familiar del casamiento hasta la incertidumbre en la recuperación de un cáncer terminal, cada historia narrada en primera persona funciona como una suerte de homenaje al universo femenino que rodea y enorgullece a la directora, al mismo tiempo que le ayuda a definirse a sí misma.

Kang no solo logra que esta búsqueda personal nos involucre de una manera más que emotiva, sino que incluso transmite cada una de las vivencias y reflexiones de los personajes con la misma fascinación que ella tuvo cuando las descubrió por primera vez. Haciendo frente a cualquier choque cultural, lo que queda claro es que los afectos se sienten igual de intensos en cualquier parte del mundo.



Luego de su paso por el último BAFICI, Mi último fracaso se proyectará todos los sábados de enero, a las 20hs, en el MALBA (Figueroa Alcorta 3415).



Crítica publicada originalmente el 9 de enero de 2017 en Proyectorfantasma.com.ar

miércoles, 4 de enero de 2017

Comentarios de los mejores films del 2016

Goodnight Mommy de Veronika Franz y Severin Fiala


Siguiendo la línea perturbadora que bien supo recrear Michael HanekeGoodnight mommy fácilmente pueda considerarse otro gran exponente de la cruda visceralidad del terror psicológico europeo, en donde la tensión y el espanto surgen en gran medida a partir del plano estático, de lo que no se ve, y no precisamente de la acción.



Es así que no solamente la premisa sobre dos gemelos que dudan sobre la identidad de su madre, luego de que está regrese totalmente vendada de una cirugía facial, es lo suficientemente aterradora para destacarse por si sola, sino que también el ritmo pausado y reflexivo planteado por el dúo de directores Veronika Franz y Severin Fiala es un factor clave a la hora de generar una creciente sensación de claustrofobia acorde con la brutalidad que insinúa el film desde un principio. Incluso cuando en ocasiones pueda parecer algo predecible, Goodnight mommy logra cautivar por la intensidad de su desarrollo. Y eso no es poco.

Últimas Conversas de Eduardo Coutinho



Tal como Paulo Freire en la educación, la vasta cinematografía documental de Eduardo Coutinho se podría resumir en el estudio de un otro oprimido, de la realidad ilegítima construida a partir del imaginario social. No exenta de tenor político (parte fundamental de su vida como activista), Últimas Conversas se convierte en el mejor homenaje póstumo a lo que el maestro brasileño siempre se encargó de realizar casi sin darse cuenta: La sociología en imágenes.

Una serie de entrevistas a distintos jóvenes de Rio de Janeiro es la simple excusa para que el curtido director indague en su curiosidad por comprender el pensamiento adolescente. Lo que nos queda es toda la emotividad retratada en los sueños y temores del cotidiano juvenil brasileño, parte de la fibra sensible que Coutinho toca para que el público irremediablemente se identifique con cada una de estas historias mínimas. Y en definitiva, la última cápsula de tiempo que el gran documentalista paulista deja para comprender el gigantesco enigma colectivo que significa el Brasil.


Room de Lenny Abrahamson




Pocos films pueden transmitir los horrores de un secuestro y sus abusos tanto físicos como psicológicos de la manera que lo hace Room. A partir de la mirada curiosa e inocente del pequeño protagonista, el director Lenny Abrahamson logra recrear de manera magistral una impronta tan aterradora y conmovedora, que resulta imposible no empatizar con el dolor de Brie Larson cuando intenta edulcorar la triste realidad que la rodea. Y en definitiva, terminar emocionándose con la representación más genuina del amor entre una madre y su hijo.

Arrival de Denis Villeneuve



Haciendo caso omiso al componente reiterativo de casi cualquier contacto extraterrestre en el cine, existe un elemento fascinante en la perspectiva comunicacional que toma el director canadiense Denis Villeneuve para narrar el conflicto más común de la ciencia ficción.

En Arrival, la visita alienígena se aleja de los términos de una invasión para pasar a ser la contracara de la linealidad del razonamiento humano, el tiempo visto como un todo, poniendo en discusión hasta la semiótica de la pregunta más sencilla como es saber los motivos de estos seres desconocidos. Y sólo cuando la película devela sus sorpresas mejor guardadas es que el rompecabezas por fin se cierra y la calma del personaje de Amy Adams en las escenas finales también se hace nuestra, dejando lugar con su poética visual a todo tipo de reflexiones existenciales.

Taekwondo de Marco Berger y Martín Farina



La naturalidad con la que los directores Marco Berger y Martín Farina sitúan a la homosexualidad dentro del universo hétero-normativo es casi ostentosa de lo acertada que resulta. Es así que la evidente atracción de los dos protagonistas inmersos en un grupo de amigos marcado por los códigos masculinos y el machismo subrayado, acaba siendo algo irrelevante cuando a nadie parece importarle que hagan públicos sus deseos y señala que son precisamente ellos los únicos que avivan el tabú reprimiendo su sexualidad. En cada cruce de miradas cómplices, en cada comentario con doble sentido y hasta en el contacto físico más contenido, se encuentra la principal provocación de Taekwondo para problematizar por primera vez la causa LGBT desde la autocensura y no desde la intolerancia.


Por Nicolás Feldmann Cambours


Opiniones publicadas originalmente en Proyectorfantasma.com.ar y ffframes.com