viernes, 6 de octubre de 2017

Crítica: La estafa de los Logan (2017) Dir. Steven Soderbergh

Robo gasolero


Si bien el género Heist tiene una rica historia dentro del cine — desde el robo tradicional en El Golpe (1973) hasta los intrincados laberintos de la mente en Inception (2010) — una de sus máximas referencias es indudablemente La Gran Estafa (Ocean’s Eleven, 2001) y en mayor o menor medida sus secuelas. Precisamente en ellas es que su director Steven Soderbergh hace ver a la mecánica del fraude como un simple negocio profesional: glamoroso en sus integrantes y casi ostentoso en su profesionalismo y modus operandi.

Por otro lado, es interesante ver como todos los golpes liderados por Danny Ocean y compañía son siempre motivados por un sentimiento de venganza o justicia poética que, de alguna manera, terminan poniendo al botín en segundo plano. Está de más decir que ninguno de sus personajes tiene una gran necesidad económica a la hora de proponerse robar un casino.

Es así que luego de cuatro años alejado del cine y casi una década por fuera del género de atracos imposibles, Soderbergh regresa para ponerse al frente de una suerte de revisión de este tipo de films con La estafa de los Logan (Logan Lucky), reemplazando la grandilocuencia al estilo Las Vegas y los trajes importados por el patriotismo barato de la era Trump y la llamada white trash norteamericana.

El argumento se centra en Jimmy Logan (Channing Tatum), un obrero de la construcción en Virginia que es despedido a raíz de una lesión en su juventud como jugador de fútbol americano y las oportunas políticas de las compañías aseguradoras a la hora de tratar dolencias preexistentes. La precarización laboral existe lamentablemente en todos lados, sin embargo, para Jimmy y su familia esto es producto de una maldición que recorre a los Logan desde hace más de tres generaciones de fracasados. La resignación por la mala suerte es tal, que hasta se termina haciendo contagiosa la indolencia con la que su hermano Clyde (Adam Driver) habla de la vez que le amputaron un brazo, cinco minutos antes de volver de su servicio en Irak.

Desempleado y con la maldición a cuestas, Jimmy no encuentra una mejor manera de sortear sus problemas económicos que ideando un plan maestro para robar la famosa carrera de autos NASCAR. Pero como en todo asalto a una organización millonaria sin escrúpulos, es necesario formar un equipo capaz de llevar a cabo el gran golpe. O por lo menos que esté dispuesto a hacerlo.

Sin pensarlo mucho, Jimmy y Clyde recurren a Joe Bang (desopilante Daniel Craig), el mejor y más inestable ladrón de bóvedas que puede haber. Aunque hay un problema: Está preso y no tiene intenciones de manchar su conducta perfecta con posibilidades de libertad condicional. Así que no solamente tendrán que hacer frente a su incompetencia como simples ladrones de poca monta, sino también ingeniárselas para sacar a Joe de la cárcel, realizar el robo y regresarlo sin que nadie se dé cuenta.



Es inevitable no empatizar con la desidia y la ineptitud carismática de los Logan, como una divertida parodia del estereotipo de sociedad marginal blanca estadounidense, hipócrita en su cristianismo y fanática de los realitys y los concursos de belleza infantiles. Una radiografía social de este sector económico que incluso se refleja en la forma en la cual los protagonistas podrían llegar a salirse con la suya dependiendo más de la estupidez de su entorno, que apelando a sus habilidades como estafadores. A su vez, lo disparatado de algunas situaciones y la creatividad con la que Soderbergh presenta a este grupo de inadaptados y los aleja de la elegancia y el profesionalismo que se supone que deben tener este tipo de trabajos resulta por demás ocurrente.

Más cercano a Hell or High Water (2016) en su contexto socio-político actual que a la trilogía Ocean y sus robos perfectamente ejecutados, La estafa de los Logan propone en clave de comedia el mismo vértigo de los suculentos botines millonarios de cualquier película del género, pero con el encanto de ponerse por una vez del lado de los perdedores.




Artículo publicado originalmente el 28 de Septiembre de 2017 en Proyectorfantasma.com.ar

Crítica: IT (2017) Dir. Andrés Muschietti

Frente a la cantidad de adaptaciones en cine y televisión de las innumerables novelas de Stephen King — muchas de ellas por lo menos discutibles o fallidas — es fácil suponer que existe una gran dificultad para los realizadores a la hora de representar de manera eficaz y fidedigna el retorcido imaginario del prolífico escritor de Maine. Sin embargo, es innegable que las buenas adaptaciones (no solamente las icónicas desde lo cinematográfico como Carrie [1976] o The Shining [1980], sino también las que captan la esencia literaria como Stand by Me [1986], Misery [1990] o incluso The Shawshank Redemption [1995]), son la razón principal por la que sus obras sean redescubiertas constantemente por el público y por cineastas emprendedores por igual.

Una de sus más grandes novelas, probablemente una de las que mejor simboliza las inquietudes metafísicas de King, fue IT, de 1986. Aclamada por la crítica e inmortalizada en la miniserie noventosa protagonizada por Tim Curry, la historia del payaso diabólico que comía niños fue la pesadilla más recurrente de toda una generación que aprendió a desconfiar de cualquier desconocido que regalara globos. No obstante, IT siempre fue mucho más que un simple payaso.

IT, o Eso desde su traducción más literal, es la definición más cercana que puede haber para explicar su enigmática existencia. IT no es solamente un monstruo o un depredador, sino que es la encarnación de su propio entorno, su contexto, un mundo hostil envuelto en la incertidumbre constante del miedo en sí mismo. Una sensación tan indescriptible como el pánico que deriva en uno de los desafíos más complejos para cualquier director deseoso de trasladar ese horror a la gran pantalla.

Pero como la industria del cine no sabe de limitaciones y tiene bien en claro que los públicos se renuevan, tras muchas idas y vueltas en cuanto guión y presupuestos, confió finalmente en el argentino Andy Muschietti (apadrinado por Guillermo del Toro y joven promesa en ascenso desde su primera película hollywoodense Mamá [2013]) como el encargado de actualizar la imagen del terror omnipresente en esta nueva adaptación, y cumpliendo con creces en la tarea de capturar la naturaleza perturbadoramente abstracta de IT sin que eso le quite dinamismo a su propuesta.

El horror omnipresente


Más de mil páginas de la novela original avalaban la idea de dividir esta nueva interpretación en una saga de dos partes, y es así que IT: Capítulo uno se centra exclusivamente en la juventud de los protagonistas, dejando de lado la adultez para su secuela y focalizando aún más en la conformación del llamado Club de los perdedores: un grupo de siete chicos en plena pre-adolescencia unidos por su condición de marginados que deben hacer frente a las inexplicables desapariciones de sus compañeros de escuela en la pequeña localidad de Derry, durante el verano de 1989. Algo que se suma a los problemas emocionales de cada uno, a los constantes abusos de los matones de turno y a la mismísima materialización de sus peores miedos personificados en un aterrador payaso que se hace llamar Pennywise, y que parece tener una influencia maligna sobre todo el pueblo.

IT (2017) contiene en parte la esencia del paso de la niñez a la adultez, como la mística Spielbergiana de The Goonies (1985) o del mismo Stephen King en Stand by Me, lo que puede remitir claramente a la reciente generación Stranger Things con un elenco juvenil entrañable (incluso repitiendo a Finn Wolfhard, uno de los personajes principales de la serie de Netflix), la musicalización y los numerosos guiños a los 80’ como la década de moda actual por excelencia. Sin embargo, el film de Muschietti decide tomar un tono mucho más adulto y visceral desde un principio, dejando en claro que no se va a escatimar en violencia gráfica y subyacente. Ya a partir de esto es que la primera escena del film — la recordada desaparición de Georgie en la versión original — se convierte una declaración de intenciones con mutilaciones y planos perturbadores sin filtro.



Una clara muestra de esta impronta de terror explicito es la nueva representación de Pennywise que lo posiciona como uno de los villanos más irreales y ambiguos de la ficción. La personificación del sueco Bill Skarsgård es por momentos aniñada, para luego convertirse en la criatura más bestial sin ningún tipo de transición, logrando ser aún más impredecible y peligroso que lo que llegó a desarrollar Tim Curry. En esta versión IT es omnipresente y antinatural en todo sentido, desde su vestimenta con algunos elementos renacentistas casi atemporales, hasta en la forma que se mueve desafiando la física con sus movimientos ingrávidos.

Sin embargo, la condición sobrenatural de Pennywise no solo se ve a través de su apariencia esotérica, sino que toma la forma de toda la decadencia humana que acontece en Derry. Es así que en el film no hay casi ningún adulto que no se comporte de manera abusiva con los jóvenes protagonistas, profundizando la desesperación de tener que hacer frente a sus peores temores, incluso cuando IT no está presente.

Este detenimiento a la hora de comprender el conflicto emocional de cada uno de los integrantes del club de los perdedores, focalizando específicamente en cada uno de sus miedos, es lo que hace que la sensación de opresión sea todavía más grande. Son miedos comunes, como monstruos, zombis y demás figuras comunes del cine de terror. Pero es allí donde radica otro grado de simbolismo al ver que aparecen motivos como la culpa, el temor a crecer e incluso se llega a insinuar un abuso sexual incestuoso. Elementos perturbadores que hacen pensar que las alucinaciones son solo parte de sus traumáticas infancias.

De todas formas, la fórmula puede que se vuelva algo repetitiva a lo largo de las dos horas que dura la película: Uno de los chicos se enfrenta a su fobia más grande, para luego ver como Pennywise se las ingenia para hacer aún más terrible la experiencia. Predecible hasta cierto punto, saber o intuir lo que va a suceder no le quita méritos al resultado final, sino que redobla la apuesta y sorprende superando las propias expectativas de cuan horroroso e impresionante puede llegar a ser ese momento en la vida real.

Las comparaciones siempre son odiosas, aunque resultaría inevitable comparar IT (2017) de su predecesora, más teniendo en cuenta el impacto que ha llegado a tener en la cultura popular. Sin embargo, la nueva versión de Andrés Muschietti resulta mucho menos esquematizada, encorsetada, que la original por cuestiones de formato y tiempos (esta sería la primera entrega hecha especialmente para el cine, ya que la anterior fue solo una miniserie). La historia se da manera mucho más orgánica y eso se ve favorecido en que es una saga de dos partes, con el preludio del paso de la niñez a la adolescencia, el coming-of-age como eje principal.

Siendo una adaptación de uno de los libros más icónicos del horror, y con toda la presión que eso significa, IT: Parte uno deja las puertas abiertas a una segunda entrega con más incógnitas de las que esperaría. Qué partes específicas del material original serán representadas, y de qué manera específicamente (si esta se inclinará por el horror más puro o se abrirá a planos más metafísicos como la novela), dependerá de la propia visión de Muschietti, que hasta ahora parece ser la misma que gran parte de los fanáticos de Stephen King.




Artículo publicado originalmente el 22 de Septiembre de 2017 en Proyectorfantasma.com.ar