miércoles, 22 de junio de 2016

Crítica: Buenos Vecinos 2 (2016) Dir. Nicholas Stoller

Igual pero mejor


Es indudable que, dentro de la nueva comedia americana, son los mismos estereotipos y personajes emocionalmente inmaduros los que dominan la gran escena del género. Desde el derrotero sin fin de Adam Sandler con films como Grown Ups (2010) hasta el nuevo standard de calidad creado por Todd Philips y la trilogía ¿Que pasó ayer? (The Hangover), todos son exponentes en mayor o menor medida del gag efectista e inmediato, sin grandes pretensiones argumentales. Una fórmula que, cuando se pone en práctica, depende principalmente de la dinámica del guion y la química actoral para que los clásicos lugares comunes sean algo anecdótico, más que una falencia para remarcar. Y justamente es en esa singularidad que una secuela tan innecesaria y continuista como Buenos Vecinos 2 (Neighbors 2: Sorority Rising) funciona en lo más importante: Hacer reír.

No nos equivoquemos, la segunda parte de Neighbors (2014) — también escrita y dirigida por el británico Nicholas Stoller — es igual de incoherente y descerebrada que la primera, teniendo en cuenta que la premisa es casi calcada de la anterior y el humor es igual de burdo que cualquier episodio deJackass. Prácticamente no existe ningún aporte significativo que la haga más atractiva para el que está acostumbrado a un humor más elaborado. Dicho esto, podemos decir que el reciclado argumento de adultos vs adolescentes pasa a un segundo plano cuando los chistes y los personajes se complementan de forma ideal.Seth Rogen y Rose Byrne vuelven a ser Mac y Kelly Radner, dos ineptos padres de una nena de dos años y otra por venir, más preocupados en fumarse un porro que en evitar que su hija juegue con un consolador vestido de princesa. Ya pasaron dos años desde aquella batalla contra la fraternidad de universitarios fiesteros liderados por Teddy (Zac Effron) y Pete (Dave Franco) y ahora el mayor anhelo de esta divertida pareja es vender su casa para poder mudarse a los suburbios, aprovechando que la paz volvió al barrio. La única condición es que pasen primero por un período de prueba que convenza a los compradores que no existe ningún inconveniente con la casa ni con los vecinos.Sin embargo, el problema surge cuando otra hermandad de estudiantes desenfrenados son precisamente los nuevos vecinos con los que tienen que lidiar los Radner. Encabezado por Shelby (Chloë Grace Moretz), este grupo de chicas busca romper con las reglas misóginas de la universidad que sólo permiten hacer fraternidades masculinas y para eso intentarán defender sus derechos recién adquiridos a base de música fuerte, alcohol y drogas blandas. Frente a este panorama, la única solución que les queda a Mac y Kelly es aliarse con un viejo enemigo, la única persona capaz de crear como de arruinar fiestas: Teddy.
Al igual que en la primera película, Buenos Vecinos 2 mantiene esa impronta grandilocuente de convertir lo absurdo en algo épico. Los varios enfrentamientos entre ambos bandos son una cuestión de logística militar exagerada que casi siempre terminan en situaciones delirantes cargadas deslapstick y al límite de lo escatológico. Algo que deriva en un humor, que si bien puede parecer gastado en los papeles, encuentra la mejor versión en sus intérpretes.

Tanto Rogen como Byrne son los pilares fundamentales para que cada conflicto concluya por lo general en un buen remate. El guion acompaña pero es la química de este dúo en escena lo que hace que en algunos momentos la gracia provenga más de sus expresiones que de los diálogos. Caso aparte es el de Zac Effron, el cual tomó la mejor decisión de su carrera al dejar atrás su edulcorada imagen de ídolo teen para pasar explotar su faceta cómica parodiándose a sí mismo (aunque no siempre con buenos resultados). Puntualmente en este film, el idiota querible de Teddy es su mejor papel hasta ahora — Aunque corra peligro de encasillarse de nuevo.

Por otro lado, la inclusión de la siempre talentosa Chloë Grace Moretz como la intrépida Shelby es una las mejores incorporaciones al elenco, no obstante su soltura en cámara no es suficiente para consolidar un personaje algo falto de personalidad desde un principio. Esto se hace más evidente cuando se lo compara con la poca participación que tiene esta vez Dave Franco, uno de los puntos fuertes de la primera entrega y que ahora cuenta con un espacio por demás reducido dentro la historia.

Fuera del plano actoral, es curioso ver que una película de este tipo sitúe al sexismo en un lugar preponderante y que a su vez sea algo de lo que los personajes se encarguen de hacer notar en todo momento. Dentro de un contexto histórico en donde se favorece la reivindicación de la igualdad de género, esta pequeña declaración de principios cumple en equiparar los estereotipos negativos masculinos al retratar a los personajes femeninos con las mismas actitudes groseras y sexualmente activas que las que se suelen asignar a los hombres, y sin ningún tipo de juicio de valor al respecto. Un pequeño granito de arena frente a la doble moral con la que se representan los sexos.

Neighbors 2 es el equivalente a un placer culposo para los que disfrutamos de una comedia chabacana de vez en cuando. De todas formas, detrás de los chistes fáciles y un argumento inverosímil, se puede encontrar un trabajo de relojería capaz de convertir el gag más básico en una sumatoria de ocurrencias más complejas apreciadas en conjunto. Porque a pesar de pertenecer a un subgénero bastardeado dentro de la comedia, esta secuela es algo más de lo que aparenta a simple vista.






Reseña publicada originalmente el 17 de Junio de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar

miércoles, 8 de junio de 2016

Crítica: Crespo (La continuidad de la memoria) (2016) Dir. Eduardo Crespo


La evocación del recuerdo


La memoria nunca funciona de manera lineal cuando se quiere recordar algo. Sino que se compone de fragmentos y porciones sobre distintos detalles para poder dar forma a un recuerdo que siempre termina siendo la representación caprichosa de lo que quisimos ver en ese momento. Es una dicha que nos ayuda a tapar los baches del olvido y al mismo tiempo nos obliga a pasar por alto el rigor de los hechos cuando dejamos atrás los criterios inocentes con los que mirábamos el mundo cuando éramos chicos.

Esta metodología tan compleja para revivir el pasado es la que hace sea tan complicado explicar un recuerdo; Y es la misma por la que Crespo (La continuidad de la memoria) se define como una propuesta que difícilmente se pueda descubrir fuera del ámbito de un festival, si no se está familiarizado conindie del cine argentino. Contando con un más que cálido recibimiento en el último BAFICI, su director Eduardo Crespo(Tan cerca como pueda, 2012) se las ingenia para concebir un documental — si es que no se le puede clasificar como ensayo — digno del género más asertivo para definir al cine como forma de expresión absoluta y genuina, dispuesto a la catarsis de temáticas como la infancia, la escuela, los padres, el lugar de pertenencia, y en definitiva la identidad constituyente en la que cada uno tendría un libro (o muchos) para contar con entusiasmo y dedicación su propia historia.

La ocurrente presentación del director al afirmar que se apellida Crespo, nació en Crespo (Entre Ríos) y que ahora vive en Villa Crespo (Buenos Aires), es lo que nos introduce al autodenominado experimento con el que intentará recorrer el pueblo en el que creció y sus orígenes. Una tarea que a simple vista parece un mero panfleto turístico de la ciudad con su tradición avícola y sus modestos atractivos, pero que no tardará en convertirse en la evocación del recuerdo de su padre como figura ilustre del lugar y modelo inalcanzable de admiración. Una relación primaria lo suficientemente fuerte y significativa para que se deje llevar emocionalmente hasta el punto de convertirse él en su propio objeto de estudio.

“Los hijos guardan secretos en el espacio y los padres en el tiempo”, sostiene Crespo mientras analiza con la cámara cada libro, adorno o foto familiar como si quisiera encontrar la esencia incompleta de su niñez, expresada a través del amor y el recuerdo de los que ya no están. De esta manera, el autor se analiza a sí mismo a partir de las imágenes y no al revés. Algo que también se ve representando, en tanto cada paisaje de la tímida geografía entrerriana testimonial del principio comienza a cobrar un sentido poético cuando se lo mira con los ojos del director.

Crespo (La continuidad de la memoria) es un viaje introspectivo que tranquilamente puede ser asociado con la mecánica caótica que utilizamos para armar el complejo rompecabezas de la memoria. Una serie de recuerdos confusos y sin estricta relación con los que aparentemente Crespo logra resignificar su genealogía, a la par que consolida su identidad como director.

Una fórmula interesante para comprender el pasado, presente y futuro de un individuo desde lo psicológico hasta lo cinematográfico.




Crespo (La continuidad de la memoria) se proyecta todos los sábados de junio y julio, a las 20hs, en el MALBA (Figueroa Alcorta 3415).




Reseña publicada originalmente el 8 de Junio de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar

martes, 7 de junio de 2016

Crítica: Tortugas Ninja 2: Fuera de las sombras (2016) Dir. Dave Green


Michael Bay tenía razón


Pocas franquicias han sido tan frívolamente explotadas como lo fueron Las Tortugas Ninja durante gran parte de la década del 90 hasta el presente. Desde la ampliamente conocida serie de animación, pasando por películaslive-action, juguetes de todo tipo, video juegos, musicales (si, musicales) y hasta nefastas entrevistas en vivo con actores disfrazados para un sinnúmero de programas de televisión. Cualquier producto de dudosa calidad sigue siendo rentable para promocionar el indudable carisma de estos personajes y su afición por la pizza y las artes marciales. No obstante — a pesar de haber aparecido hasta en la sopa — la llegada de Michael Bay como productor delreboot de la saga (Teenage Mutant Ninja Turtles, 2014) es actualmente tomada como la verdadera caída en desgracia de una licencia que viene a los tumbos hace rato.

Parece increíble que haya llegado el momento de justificar a Michael Bay en algo (si tenemos en cuenta que su influencia en el cine se basa únicamente en billetes y explosiones), pero luego del largo prontuario que recorre a las tortugas desde su primera aparición como cómic parecería un poco injusto señalar al director de Transformers como el máximo culpable del declive. Y más todavía cuando esta secuela podría ser la representación más pura de una nostalgia mentirosa.

En esta ocasión, los hermanos Leonardo, Donatello, Rafael y Michelangelo (voces de Pete Ploszek, Jeremy Howard, Alan Ritchson y Noel Fisher) vuelven a luchar contra el temible Shredder (Brian Tee), aunque esta vez acompañado por el alienígena dictador Krang (Brad Garret) y su fórmula química capaz de crear soldados mutantes para dominar el mundo. Es así que con la ayuda de la periodista April O’Neil (Megan Fox) y el novato policía Casey Jones (Stephen Amell, de la serie Arrow) deberán defender al planeta de una inminente invasión interdimensional, al mismo tiempo que enfrentan los prejuicios de los seres humanos por su grotesca apariencia.

Haciendo frente a las forzadas reinterpretaciones maduras que tanto están de moda, Tortugas Ninja 2: Fuera de las sombras (2016) intenta sostenerse a base de una impronta intencionadamente caricaturesca y desenfadada puesta al servicio de emular la esencia kid-friendly con la que crecieron la mayoría de los fanáticos, en vez de homenajear el estilo gore de los personajes en sus comienzos como historieta. Esto se hace más notorio cuando descubrimos que el argumento es meramente una excusa para situar a los protagonistas en escenas de acción desenfrenada.

Por sobre esto, la narrativa Inevitablemente termina resultando básica, dividiendo didácticamente la historia en porciones que bien pueden resumirse como bloques televisivos. Algo que se combina con la casi inexistente explicación sobre los planes o motivaciones de los villanos y la constante aclaración de todo lo que sucede en pantalla. Por otro lado, tanto Shredder, April O’Neil y Casey Jones (los únicos personajes principales físicamente tangibles), son los menos desarrollados y carentes de personalidad en un elenco que no se destaca por su profundidad. En casos puntuales, hasta llegan a ser moldes vacíos en los que Megan Fox y Stephen Amell se calzan para acompañar la trama sin temor a desentonar.

Claramente todas estas características son propias de un film descuidado, libre de cualquier otra intención que no sea la de crear un artículo de consumo masivo y perjudicial para los seguidores que anhelan una adaptación a la altura del material original, y sin embargo parece que Bay y su equipo lograron inconscientemente recrear a la perfección nuestros más recónditos recuerdos de Las Tortugas Ninjas como simples vendedores de juguetes y golosinas.

Sólo un par de horas después de ver la película es que me di cuenta de que la serie que adoraba de chico nunca se caracterizó por sus argumentos complejos o el magistral desarrollo de sus personajes. Ni siquiera el estilo visual se destacaba en esos tiempos (con suerte se podían diferenciar a los protagonistas por el color de su antifaz). En esa época Las Tortugas Ninja frecuentemente funcionaban como una publicidad tradicional innata para la venta de merchandising, así que la locación forzada de marcas comerciales tampoco es algo nuevo. Entonces por qué existe tal indignación por la supuesta malinterpretación en el diseño y personalidad de un mundo que siempre fue igual de superficial y pueril. Probablemente sea nuestra incapacidad para reconocer que no todo lo que recordamos como sublime o de calidad indiscutible era tan perfecto como lo recordábamos.

Es muy difícil tener que darle la derecha a un director tan repudiable y a la vez imprescindible para la industria como es Michael Bay (aunque en este caso sea solamente productor) y decir que por primera vez su mirada no es errada, incluso de forma accidental y a partir de sus intencionales falencias. Me encantaría poder decir que Bay está equivocado, que sus inescrupulosos intereses económicos destrozaron la franquicia, que su incapacidad creativa es la mayor responsable de todos nuestros desengaños cinematográficos, pero indudablemente sería un necio. Porque si existe algo en lo que nosotros como público siempre caemos, es en pretender que el cine se proyecte como nuestro ideal de nostalgia.






Reseña publicada originalmente el 1 de Junio de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar