miércoles, 12 de octubre de 2016

Crítica: Armonías del Caos (2016) Dir. Mauro López

Silencio compartido


La radio prendida con la fritura de los informativos de la AM, los manteles individuales tejidos debajo de los adornos añejos, la pava y el mate estacionados en la mesa de la cocina que se superponen a la botella de licor abierta. Una escena casi detenida en el tiempo que se desarrolla en una de esas casas olvidadas por la inmensidad de Buenos Aires. De este tipo de instantáneas impasibles, pero recargadas de tensión latente, es que se compone Armonías del caos para insinuar los conflictos que quedan fuera de plano.

Con pocos elementos visuales y un elenco reducido, liderado por el veterano Lorenzo Quinteros, el debutante director Mauro López se vale del filtro en blanco y negro y los planos secuencia para lograr una atmósfera a la vez cotidiana y opresiva, capaz de reflejar las decisiones morales que los personajes se debaten a lo largo del film.

De forma escalonada, la historia es narrada a lo largo de un día en la vida de una pequeña familia de clase media-baja. Durante la primera mitad del film el eje central se sitúa en Alberto (Quinteros), un parco jubilado que vive junto a su hijo Fernando (Carlos Echavarría) y su nuera (María Laura Belmonte), y en el carácter dominante basado en insultos y actitudes agresivas que este ejerce sobre su núcleo familiar. Algo que se condice con la dificultad que posee para relacionarse con el mundo exterior, y que se ve representado a través de su alcoholismo y fetichismos. Sin embargo, la irrupción fallida de un ladrón en la casa será un quiebre fundamental en la tormentosa relación de padre e hijo, mientras deciden qué hacer con el delincuente que lograron reducir.

Las consecuencias de este incidente bisagra en el argumento dan pie a diversas reflexiones sobre la ética, la religión y hasta de la naturaleza instintiva del ser humano en su concepción del bien y el mal (especialmente durante las intervenciones de Sergio Pangaro como una suerte de deus ex machina del universo mafioso). Aquí es donde el buen despliegue actoral y la profundidad de los diálogos (y oportunos silencios) terminan replanteando una polémica impensada en cuanto a la justicia por mano propia y las distintas realidades sociales que pueden llevar a la delincuencia.

Mauro López juega con la carga simbólica de determinados planos y dualidades en escena que van más allá del mero manifiesto ideológico, sino que además brindan una libertad interpretativa aún mayor de lo que se puede apreciar a simple vista. De esta manera Armonías del caos se define mejor desde la sencillez con la que deja entrever que varias preguntas del argumento carecen de una respuesta clara, precisamente porque es intencional que dependa del público darles una solución. El debate está servido.





Crítica publicada originalmente el 8 de Octubre de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar

sábado, 1 de octubre de 2016

Crítica: Por siempre amigos (2016) Dir. Ira Sachs

La amistad por sobre el resto


“Lo difícil de entender cuando eres niño es que tus padres son personas también. Cometen los mismos errores y tratan de hacer lo que creen que es correcto”, le confiesa Brian (en la piel de un excelenteGreg Kinnear) a su hijo Jake, intentando explicar que nadie es perfecto, que él mismo puede ser víctima de las mismas inseguridades que sufre cualquier persona, sin importar la edad. Este diálogo tan duro como necesario se traduce en lo que a todo hijo le cuesta reconocer durante gran parte de su vida: Toda experiencia significa un aprendizaje.

Tal como en su último film Love is Strange (2014), el director Ira Sachs y su co-guionista Mauricio Zacharias realizan una especie de continuidad poética a la hora de retratar la esencia efímera y conflictiva de las relaciones humanas, enmarcadas en la cotidianeidad cosmopolita de la ciudad de Nueva York.

Pero sea a partir de la difícil separación de una pareja del mismo sexo — acercándola a los mismos parámetros únicos y universales de cualquier pareja — o profundizando la lealtad genuina de la amistad en la adolescencia, Por siempre amigos se muestra como la cuidadosa acumulación de pequeños momentos significativos que influyen en el desarrollo de un individuo.

Una sumatoria de situaciones que revelan un costado mucho más humano que cualquier película que se precie de tratar temáticas sociales con altura, y que al mismo tiempo la acerca a la impronta lograda por Boyhood (2014) de Richard Linklater.

Tras el fallecimiento de su padre, Brian Jardine (Kinnear) vuelve a la casa paterna en Brooklyn con su familia para realizar el funeral y resolver algunos inconvenientes con la propiedad. Con dificultades para mantener su profesión de actor under y acompañado por su esposa Kathy (Jennifer Ehle) y su introvertido hijo de 13 años Jake (Theo Taplitz), el conflicto emocional por la pérdida familiar no es lo único con lo que va a tener que lidiar en el regreso al barrio de su niñez. Al lado de la casa, precisamente junto a la puerta de entrada, se encuentra un humilde taller de costura atendido por una inmigrante chilena llamada Leonor (Paulina Garcia) y su hijo Tony (Michael Barbieri), de la misma edad que Jake y con el cuál rápidamente se convierten en amigos inseparables.

Las diferencias de carácter entre Jake y Tony son muy pronunciadas, pero esto hace que su cariño mutuo sea aún más auténtico. Mientras que Jake es plenamente tímido y a su vez talentoso en el dibujo y la pintura; Tony es sociable, histriónico y ambicioso para con su sueño de seguir una carrera como actor, tal como el padre de su amigo. Es a través de ellos dos que la película se sitúa como una ventana a su mirada inocente cuando se enfrentan a las complejidades del mundo adulto, en una disputa que nada tiene que ver con su amistad.

Al parecer el padre de Brian apreciaba mucho a esta familia y para él ocupaban un lugar más importante como compañía que como inquilinos a los que se les debería cobrar un alquiler. Sin embargo, la situación económica para los Jardine no es la mejor y un negocio tan valioso en esa zona residencial de la ciudad podría significar una gran ayuda para saldar deudas. No obstante la conversación con Leonor sobre la posibilidad de pagar una hipotética renta no acaba de la mejor manera cuando ella sostiene que deberían respetar los deseos del dueño fallecido al dejarla vivir allí. Esto termina influyendo negativamente en la relación de los dos chicos.



Sachs es un ávido realizador dedicado a la representación natural de las emociones humanas, algo que no deja de sorprender cuando el talento de los jóvenes Taplitz y Barbieri (Jake y Tony en el argumento) son la razón fundamental por las que el film se desarrolla con una sensibilidad entrañable.Incluso sin poder ponerse de ningún lado de la discusión entre ambas familias, es el distanciamiento forzado de los dos chicos lo que genera que Por siempre amigos pueda ser vista de manera distinta, según el ángulo desde donde se la observe. Sea desde el conflicto lógico de intereses de los padres por el uso ideal del negocio o en la importancia de mantener al margen a los hijos y salvar su amistad.

Debates tan personales como éste son los que se dejan al criterio de cada uno. Un pequeño fragmento de la historia que acompaña y cuestiona de forma activa al espectador mucho después que finalicen los créditos finales, en unatarea de reflexión introspectiva que el cine nunca debería dejar de brindar.




Crítica publicada originalmente el 29 de Septiembre de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar