Este análisis contiene SPOILERS
La génesis del fenómeno
La ficción cambió, al igual que la forma de consumirla.
Incluso nosotros como público hemos cambiado. Pero la nostalgia sigue intacta. Parece
ingenuo hablar de esto cuando todos tenemos bien en claro que el gigante
Netflix sabe lo que nos gusta antes que nosotros mismos lo sepamos. Bienvenidos
a la tardía generación dorada del streaming. Y sin embargo,
conservamos la misma inocencia para sorprendernos una y otra vez cuando sus
producciones originales apuntan precisamente a las emociones que ahora mismo el
cine comercial sólo nos puede brindar de vez en cuando.
Stranger
Things es el fenómeno más reciente de este tipo de fan
service infalible que nos cautiva hasta el punto del fanatismo inmediato e
incondicional. ¿Pero cómo no fanatizarse? Si hablamos de una
serie hecha con todo el amor y devoción por los maestros cineastas más
influyentes de nuestra época; plagada de referencias a la música popular y las
películas que marcaron una época cultural bisagra entre los 70’ y 80’;
construido en un universo propio donde el homenaje se transforma en una especie
de cita generacional capaz de reflotar un estilo narrativo olvidado, a través
de la actualización de diversos géneros como el terror, la ciencia ficción y la
aventura; con personajes entrañables y una estética fascinante, puestos al
servicio de la materialización de la nostalgia más pura en la forma más eficaz:
reviviendo las mismas experiencias que sentimos de chicos (y no tanto) al ver
films como Alien (1979), E.T. (1982), Close
Encounters (1977), Carrie (1976), The Thing (1982)
o A Nightmare on Elm Street (1984), entre muchas otras.
No cabe duda que esta fórmula seguida cuidadosamente por sus
creadores,los hermanos Duffer, es la raíz del rotundo éxito que viene
cosechando el ciclo dentro del campo batalla que significan hoy en día las
redes sociales y el frenético boca en boca. Un 2+2=4 casi
irreal, digno de una fábrica de gallinas de huevos de oro que nos lee la mente
de antemano. Y todo gracias a esa fabulosa nostalgia. Esa dichosa y
embriagadora nostalgia, que nos obliga a ver sólo el bosque y no los árboles,
mientras nos dura la efervescencia de descubrir nuestra nueva serie favorita.
El universo verosímil
Bárbara despierta todavía un poco desorientada después de la caída. El horror se presiente a través del reflejo de sus anteojos de marco grueso, en tanto apenas atina a vomitar por la conmoción de traspasar los límites de nuestro universo conocido. Hace frío. Demasiado frío teniendo en cuenta que es Noviembre, y que los otoños en Hawkins, Indiana, son ya de por sí bastante crudos. Sin embargo este frío es distinto, como si viniera desde lo más profundo de sus entrañas, una sensación aterradoramente gélida que la recorre hasta la punta de los pies al igual que una descarga eléctrica.
Al parecer cayó en una especie de pozo, parecido a una madriguera y con las paredes atestadas de una sustancia desagradablemente viscosa y resbaladiza. Poco a poco todo va cobrando sentido. La forma cóncava, el trampolín, ¡se encuentra en la pileta de Steve! Aunque parezca una versión mucho más retorcida y macabra de esta.
Con dificultad, Bárbara se pone de pie para darse cuenta que no está sola: una criatura monstruosa sin rostro y con aspecto humanoide se encuentra justo detrás de ella, preparada para efectuar su ataque más mortífero. Aterrorizada grita con todas sus fuerzas en busca de ayuda, mientras intenta escapar de ese organismo deforme subiéndose por la escalera clavada en la pared pegajosa. El esfuerzo es en vano porque nadie puede oírla de nuestro lado, ni siquiera su mejor amiga Nancy que está más preocupada en besarse con Steve. Ya sin fuerzas, Bárbara se deja caer en las garras de su captor. Los rugidos de la bestia y sus aullidos de dolor se pierden en la inmensidad del silencio de una dimensión paralela.
Esta escena con la que comienza el tercer episodio de la
serie, condensa de manera magistral el grado de profundidad narrativa que se
llega a lograr cuando se permite que la acción fluya sin apuros, en tiempo y
forma. Es justamente en este momento donde se descubre la verdadera
naturaleza del otro lado como un reflejo siniestro de nuestra
realidad, y casi que funciona como una declaración de principios al aumentar el
nivel de tensión y violencia en cuanto al futuro inmediato de los personajes. Este
giro nos daría la pauta de un acercamiento mucho más adulto y oscuro para con
el resto de la historia, que a pesar de algunos desequilibrios, termina
mostrando su mejor cara al profundizar en el pasado turbulento de la pequeña
Eleven como sujeto de experimentación militar.
El elaborado entramado de hechos que componen la
cronología de Stranger Things, es sin dudas una de las grandes razones por las
que el programa resulta original entre tantas referencias y homenajes
conocidos. Ya partiendo del contexto de histeria colectiva producida
por la presidencia de Ronald Reagan en su batalla contra el denominado imperio
del mal que era la Unión Soviética, la serie toma los mejores
componentes de la ciencia ficción y el terror para crear un mundo lleno de
posibilidades y conjeturas sobre las circunstancias que rodean al
descubrimiento de realidades alternas. Sin embargo este trasfondo
argumental tan bien logrado, queda opacado en los momentos en donde la historia debe avanzar
y lo hace de forma descuidada sin tomarse la brecha necesaria para establecer
todas las subtramas como corresponde. Lo que hace que en definitiva se
pierda nuestra entrega emocional absoluta frente a los conflictos que suceden.
La reafirmación del universo verosímil es una de las
grandes obligaciones que tiene una ficción para validarse como tal frente al
espectador. No importa cuán fantasiosa pueda ser una premisa, si su
estructura es creíble dentro de los parámetros de la fantasía, somos capaces de
creer en engendros interdimensionales y en chicas de doce años con poderes
telepáticos como si fueran moneda corriente. La entrega emocional del
público frente a estas situaciones o personajes depende en gran medida de la
credibilidad que logre el argumento para que nos involucremos. Es
nuestro enlace de identificación con los protagonistas y su manera de hacer
frente a las adversidades. Sea para admirarlos o para repudiarlos, es necesario
que sus reacciones sean lo suficientemente orgánicas para que se ajusten a la
delicada frontera que existe entre lo que resulta verosímil y lo que no.
Lo mejor y lo peor de una época
Es así que la última serie de los Duffer Bros. se
presenta con grandes cartas sobre la mesa desde lo narrativo, pero fracasa
muchas veces a la hora de hacer que sus personajes se manejen de forma creíble
y práctica. Esto dicho sea de paso, basándose únicamente en lo
que el mismo argumento insinúa desde la misma introducción de cada individuo,
con sus respectivas personalidades y motivaciones. De esta manera, por
poner un ejemplo, personas que en un principio eran totalmente escépticas
cambian su esencia racional de un momento a otro y sin ningún proceso interno
aparente, sólo por el hecho de ser funcionales a los hilos visibles de un
guion y sus determinadas instancias clave en el argumento.
Dentro de esta concepción, resulta imposible juzgar la
reacción de una madre al enfrentar la desaparición física de un hijo, y es por
eso que queda fuera de discusión la facilidad con la que Joyce Byers decide ver
en sus alucinaciones (reales) que Will sigue vivo en otro lugar y que este
puede comunicarse a través de la luz. Sin embargo, a pesar de que todos los
síntomas que presenta el personaje de Winona Ryder demuestran una clara y
lógica negación de la tragedia, es su hijo más grande Jonathan – quien además
tiene que hacerse cargo de los trámites funerarios de su hermano – el que
prefiere creer que el culpable de todos sus males es un ser de otra dimensión,
sin ningún otro tipo de prueba más que una foto borrosa.
Pero pensemos que el pobre Jonathan decide repentinamente
creer en su madre porque el vínculo que los une es demasiado fuerte, y además
porque la posibilidad de que Will siga con vida es un deseo muy poderoso en el
cual sostenerse antes de caer en la depresión. Quien si no tendría suficientes
razones para cambiar su forma de ver la realidad es Nancy Wheeler.
Recapitulando un poco, Nancy tiene grandes motivos para
desconfiar de Jonathan por haberla fotografiado en ropa interior y por su
actitud esquiva e introvertida, totalmente opuesta a la imagen que intenta
simular frente a su novio Steve y sus amigos. Aún con la desaparición de su
amiga Bárbara sería un poco apresurado comenzar a confiar en ese pibe raro que
anda espiándola a escondidas. Pero poniéndonos otra vez en el campo de las
suposiciones, es probable que haya otros factores subyacentes (quizás un
interés romántico frustrado por Jonathan) más rotundos que la sombra extraña en
una foto, los que la hayan hecho más receptiva a la teoría de un monstruo
asesino.
Esto nos lleva a repensar también la forma en que se
estigmatiza al monstruo por sobre a los demás villanos, representados
por el gobierno norteamericano. Algunos cabos sueltos que se dejan para final
de esta primera temporada – adrede o no – hacen que nos
preguntemos las razones por la que aparece solo uno de estos feroces
organismos; la forma en que se originan, si son mutaciones o la especie
autóctona de una realidad temporal distante; y la importancia de los universos
paralelos que conforman su hábitat natural. Otro detalle que llama la
atención, es que desde un primer momento se infiere que esta criatura
actúa desde los instintos más primitivos, a pesar de su contextura bípeda. Y
es que no hay indicios de un intelecto desarrollado ya que solamente ataca para
alimentarse. Algo que por cierto se asegura que sucede únicamente cuando sus
sentidos detectan sangre, lo que significaría que cualquier mínima herida
podría ser la causa de una potencial víctima en el pueblo y no solamente las
únicas dos (Will y Bárbara) que se vieron hasta ahora durante la serie.
Estas y muchas otras dudas permanecerán sin respuesta por ahora.
Pero si continuamos hablando de otras actitudes discutibles
e inverosímiles, es necesario remarcar la exagerada irresponsabilidad de
los adultos como un común denominador en la población de Hawkins.
Recordemos que la situación en el pueblo no es la mejor luego de la
desaparición de dos personas y eso se nota en la preocupación de algunos padres
al imponerles a sus hijos la condición de que no salgan solos de noche. No
obstante, nos encontramos varias veces con el grupo de jóvenes protagonistas
paseando libremente en sus bicicletas por las calles desiertas, inadvertidos
mientras los persigue abiertamente el FBI con camionetas y armas de fuego.
Incluso algunos padres literalmente ausentes como los de Lucas y Dustin hacen
pensar que estos chicos no se encuentran en las mejores manos.
Si tenemos en cuenta que el ciclo es un evidente homenaje
ochentoso, no sorprende que este recurso de la
irresponsabilidad crónica en los padres era muy común en las ficciones de esa
época. Para eso no hay más que ver The Goonies (1985)
o The Wonder Years (1988-1993) para darse cuenta que los
chicos de los 80’ al parecer siempre se criaban solos. Y así y todo eran
capaces de hacer frente a cualquier amenaza. Otro de los grandes recursos que
nunca faltaban en la década de los neones fluorescentes y que en Stranger
Things también dice presente son los niños que hablan y piensan como
adultos. Una mecánica tan adorable como artificial, que ayudó en gran
medida a construir la carrera de actores prodigio como Fred Savage y Macaulay
Culkin.
Este flagelo – si lo podemos llamar de alguna manera – lo
podríamos tomar solamente como un guiño simpático sino fuera porque es el fiel
reflejo de las mayores faltas al verosímil que intenta sostener la serie de
Netflix. No porque Mike, Eleven, Lucas y Dustin no puedan ser lo
suficientemente inteligentes para elaborar un plan que traiga de vuelta a su
amigo Will. Sino porque los mismos adultos – sean héroes o villanos –
actúan de manera absurda e irreal con tal de acelerar el desarrollo del
argumento.
Si anteriormente me refería a la escena de la muerte de
Bárbara como una de las más idóneas para destacar cuando se respetan los
procesos necesarios en los que la acción se puede desarrollar con
naturalidad, a continuación se encuentran los momentos en donde sucede todo lo
contrario. El caso más representativo es el del comisario Hopper (David
Harbour); un policía de lo más experimentado e incorruptible, acechado por el
trágico recuerdo de su hija fallecida y dispuesto a resolver el misterio de las
desapariciones sin importar el caiga quien caiga. Sin embargo, lo primero que
hace al enterarse que la CIA está involucrada en esta conspiración, es
infiltrarse en un centro de investigación de máxima seguridad por la
puerta principal llena de cámaras y guardias armados, sin medir las
graves consecuencias que sucederían si lo encuentran. Pero lo peor de todo
esto no es la imprudencia de Hopper al proceder al mejor estilo kamikaze, sino
que indefectiblemente lo atrapan, lo reducen en el suelo y finalmente LO DEJAN
IR.
Justamente el gobierno de los Estados Unidos; durante uno de
los períodos más sangrientos de la guerra fría; en un laboratorio secreto que
desarrolla armas para combatir a la URSS; los mismos que en el primer episodio
no dudaron en asesinar al cocinero de un bar sólo porque de casualidad se
encontró con Eleven; esa misma gente cruel y despiadada es la que lo deja ir
siendo el único testigo del proyecto más ultra-clasificado del mundo, y
para colmo haciéndole creer que todo fue un sueño.
Justamente el gobierno de los Estados Unidos; durante uno de
los períodos más sangrientos de la guerra fría; en un laboratorio secreto que
desarrolla armas para combatir a la URSS; los mismos que en el primer episodio
no dudaron en asesinar al cocinero de un bar sólo porque de casualidad se
encontró con Eleven; esa misma gente cruel y despiadada es la que lo deja ir
siendo el único testigo del proyecto más ultra-clasificado del mundo, y
para colmo haciéndole creer que todo fue un sueño.
Pero seamos comprensivos una vez más. Pensemos que se
levantaron de buen humor y pensaron “Pobre tipo, seguro que está borracho
porque se le murió la hija. Mejor lo dejamos ir”. Y que además por eso tuvieron
la decencia de no golpearlo mientras lo llevaban a su casa, lo acostaban en el
sillón y lo tapaban con una frazada. Está bien, la suerte estuvo del lado de
Hopper por una vez en la vida. Seguro que ahora va a ser mucho más
cuidadoso y va a planear su entrada con mucha más precaución.
Error. La segunda vez ni siquiera llega hasta la
puerta que ya lo atrapan con un foco de vigilancia y se lo llevan para
interrogarlo acompañado de Joyce. Bueno, seguro que ahora ya no hay vuelta
atrás. No te pueden atrapar dos veces, DOS VECES y que te dejen ir para que se
la cuentes a todos tus amigos. Estos tipos a lo sumo te perdonan una vez y con
mucha suerte.
Error otra vez. Aunque en esta oportunidad no la
pasa tan bien y recibe un par de golpes, LO DEJAN IR DE NUEVO con la condición
que no le cuente a nadiesobre los experimentos neuro-psiquiátricos que
hacen en el lugar. Si, a pesar de que ya lo pescaron una vez metiéndose en uno
de los lugares más protegidos de los Estados Unidos, siguen confiando en que no
va contar nada. Y además como premio lo llevan a la otra dimensión para salvar
a Will. La verdad que así es un placer que te capture la CIA.
Aunque tampoco es que los del servicio secreto sean tan
despiertos para cazar a sus enemigos. Sin ir más lejos, mientras la banda de
Eleven y compañía se encontraba terminando los últimos detalles para rescatar a
Will, los chicos hacen un tour por la comisaría, la escuela, la casa de los
Byers, es decir todo el pueblo, y en ningún momento se les ocurre a los
militares ir a buscarlos o poner alguna custodia en ninguno de estos lugares.
Además que Hawkins debe tener como mucho una superficie de cincuenta cuadras,
así que tampoco estamos hablando de un gran despliegue.
En esos momentos donde el límite sutil de lo verosímil
se rompe, se hace muy difícil recuperarlo. De qué sirve revolear un auto
por el aire con tus poderes telapáticos si los que te están persiguiendo tienen
las pistolas de adorno. A fin de cuentas, lo único que genera este tipo de
situaciones es que se pierda la admiración por las hazañas de los
protagonistas y el respeto por los villanos. Es verdad que no dejan de ser
simples detalles, pero son esas desprolijidades las que hacen que una
ambientación y dirección de arte excelentes, con un elenco de primer nivel
entre jóvenes talentos y experimentados, sustentado con un universo
ficcional tan interesante, visiblemente trabajado y complejo, se terminen
transformando en meros elementos de un cuento pasatista.
Un rato más de rodaje
¿Pero cómo pueden ocurrir estos descuidos? Si dentro de
un capítulo tenemos a Millie Bobby Brown brillando con luz propia en los
intensos flashbacks y al siguiente se decide resolver en 5 minutos que el
cadáver de Will es falso sólo por un improbable presentimiento. Será que le
estoy exigiendo demasiado una simple serie mediocre con sus lógicos altos y
bajos. Quisiera creer que no. Porque si fuera mediocre, no seríamos
parte de este fenómeno que la reconoce como una de las revelaciones del
año, con una de las mejores bandas de sonido, no hablaríamos de lo capo que es
Gaten Matarazzo o de las referencias a Poltergeist (1982) que
se nos pasaron por alto la primera vez. Es más, ni siquiera estaríamos
discutiendo defectos ni virtudes y Stranger Things habría sido otro de los
tantos pilotos olvidados en el tiempo. O algo peor. Podría haber sido como
la segunda temporada de True Detective.
Es difícil pensar ahora si con dos o
tres capítulos más se podrían haber evitado los cambios de
personalidad abruptos, los giros forzados y las resoluciones
apresuradas. Aunque indudablemente los Duffer tienen todo el
potencial para convertir la próxima odisea de estos simpáticos héroes
preadolescentes en un pasaje mucho más orgánico que los muestre juntos
otra vez venciendo a sus propios demonios personales.
Stranger Things termina su primera temporada marcando un
precedente inigualable en cuanto a la gestación de una impronta única con lo
mejor (y peor) de una época, pero deja un sabor amargo, producto de lo
extraordinaria que podría haber sido con un rato más de rodaje para cerrar
ideas y atar un par de cabos sueltos. Queda mucho todavía para
descubrir con qué otro monstruo nos asustarán los Duffer el año que viene. Pero
si tuviera que apostar ahora pondría todas mis fichas en Will y
sus babosas.
Artículo publicado originalmente el 12 de Agosto de 2016 en Proyectorfantasma.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario